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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

Las precampañas de seis partidos normalizan la violencia sin fin en el país haciendo abstracción de ella en la política. No tienen mucho que decir, menos qué proponer o es que el derecho a la seguridad está fuera del radar electoral. Ante otra espiral de ataques con explosivos en Guanajuato, secuestros en Chiapas y el asesinato de Hipólito Mora, en Michoacán, prefieren sus correrías en las redes donde emulan a estrellas tiktokeras del espectáculo en internet.

Es un fenómeno político desde la 4T al Va por México: las estrategias de los precandidatos por construir escenas de cercanía natural y cotidiana con la gente, de confundirse con los electores y buscar representarlos, pero sin importar sus derechos, como la seguridad. Partidos y políticos están desconectados de la inseguridad, y si llegan a tocarla es para atacarse. No es tema de debate ni en la elección del defensor de la 4T ni del responsable del Frente, como nombran a sus candidatos presidenciales para evadir las prohibiciones de ley.

Pero esas manifestaciones tienen consecuencias graves, porque interrumpir la conexión de la política con los derechos debilita a la democracia y la divorcia de las libertades. Y así su distancia con la gente crece por más que quieran parecer uno más de los que viven la violencia.

El crimen desafía al país, pero no al que viven corcholatas o frentistas, de cara a las encuestas para las candidaturas. En la carrera por vestirse de atributos que los encumbren en la popularidad olvidan mensajes claros sobre qué hacer para pacificar al país. Y acaban pareciéndose más a Luisito Comunica que a un político. La última ola de violencia no logró distraerlos de confeccionar las escenas cotidianas de sus recorridos nacionales como programas de telerrealidad o de la guerra sucia en las redes.

La descomposición por la violencia en varios estados es palmaria, aunque no la vean. Tan sólo la última semana en Chiapas es evidente el quebranto del Estado de derecho con el secuestro inédito de 16 funcionarios por un grupo armado para exigir al gobierno la liberación de una cantante plagiada por el crimen; el descontrol en Guanajuato es manifiesto con la explosión de un coche bomba con cuatro guardias nacionales malheridos, y patente en Michoacán con el acribillamiento del exlíder de las autodefensas a merced de cárteles locales.

Pero la inseguridad es campo minado. En el caso de las corcholatas por el corsé de la estrategia de seguridad presidencial y el costo de diferenciarse o criticarlo o, también por creer que esa función ya está fuera de la responsabilidad del gobierno civil, que López Obrador entregó al Ejército. Para los “frentistas” por ser factura de sus gobiernos y partidos, que apoyaron la militarización de Calderón y luego su legalización con López Obrador y la creación de la GN hace cuatro años. Los opositores no pueden rebasarlo por la derecha en política de seguridad porque él copa ese espacio sin que su viraje desde la izquierda haya mermado su popularidad.

Por eso la violencia tampoco lo conmueve y a cada jornada violenta opta por evadir su responsabilidad atribuyéndola al “remanente” de la criminalidad que auspicio Calderón. Confiar en que el país se serenará porque ya no existe un narco Estado, aunque la impunidad que él encabeza es tal que encumbra la violencia con 146 mil asesinatos en su sexenio. Ante eso puede entenderse que sólo le quede acusar a criminales con sus papás y abuelos como en un TikTok para los plagiarios de Chiapas o las familias de los secuestrados.

Así, la violencia se normaliza y el crimen se generaliza en esos estados, donde corre como un mundo paralelo a los reality shows de Ebrard o Monreal y otros precandidatos que, por igual, emulan a influencers de las redes, aunque se desdibuje su perfil político. Todo sea por sumar likes como en la serie Black Mirror para ganar la “guerra de encuestas”.

Una guerra muy distinta a la de Hipólito Mora, atrapado en un laberinto opaco de crimen organizado, grupos armados de autodefensas y fuerzas militares en Michoacán desde que estalló ahí la otra guerra, la de las drogas. La suya ha sido la “guerra de dos mundos”, la de la política y la violencia, de la que los políticos prefieren no hablar, aunque estén atrapados en sus costuras.