La irrupción de Xóchitl Gálvez despertó a una oposición alicaída y sin liderazgos que oponer a Morena, pero, sobre todo, descolocó a López Obrador. La confrontación le ha resultado una verdadera lanzadera para sus aspiraciones presidenciales, aunque el estímulo pueda ser transitorio, como un evento mediático que acapara la atención y luego no tiene alas para volar.
Por lo pronto, su imprevista candidatura agita redes y medios, lo que da esperanzas al frente opositor en una competencia que veía casi perdida hace poco. Al cabo de desojar la margarita de la CDMX, hace su aparición en la carrera presidencial como fenómeno mediático en espera de probarse en el terreno electoral. Lo más intrigante es que entra por la misma puerta de la descalificación del Presidente, pero como si estuviera provista de un antídoto para no morir en el intento, como muchos otros de sus oponentes. No en vano agradece al Presidente parecer su jefe de campaña.
La estrategia de comunicación presidencial, que parecía infalible, ha encallado con la senadora hidalguense. Su historia de lucha personal, desde sus orígenes indígenas y humildes, parece ser tanto cura como oportunidad para desafiar la narrativa presidencial de la “revolución” del pueblo contra las elites partidistas y económicas. Por eso, el primero en enzarzarse en el debate es directamente López Obrador, que ha tomado en sus manos la pelea por desacreditarla como impostora y lo que consigue es elevarla a interlocutora.
Sus dardos de la “mafia del poder” sobre ella no consiguen opacar una candidatura que, en cambio, se sitúa momentáneamente en el debate público por encima de las corcholatas de Morena al poder interpelarlo, a diferencia de ellos. No es fácil entender aquí la lógica presidencial, salvo que esta vez la polarización no alcanza para desactivar una amenaza o da visos de agotamiento. Y más problemático aún, desnuda una conducta como la que López Obrador reclamó a Fox con el “¡cállate, chachalaca!” en la campaña de 2006 y que dio lugar a la prohibición legal a los funcionarios de intervenir con recursos públicos en procesos electorales.
El empujón desde el micrófono presidencial habla de que la oposición acertó al abrir la puerta a una outsider partidista alejada de las cúpulas del PRI y del PAN, quizá lo mejor que le ha salido en el sexenio. Pero lograr tener oportunidad en el 2024 es distinto que dar un golpe mediático o ilusionar con la historia de una mujer que viene desde abajo y no le debe a nadie su éxito. Porque Xóchitl, antes que nada, necesitará de dos cosas para “poder volar”: demostrar competencias para convencer de su capacidad de gobernar y, la otra, mantener la actitud de “querer volar” pese a tener un historial de escasas victorias en las urnas. La esperanza de la oposición de que con Xóchitl algo puede suceder para remontar la ventaja de Morena pasa por permitir que crezca sin hacerla rehén de las cúpulas y los patrocinadores, que echarían por tierra la narrativa de la feminista desparpajada y autónoma que puede descuadrar el escenario de López Obrador para su sucesión.
Su candidatura necesitará de equilibrios. Ya se abrió espacio en Va por México cuando la dirigencia panista apoyaba a un cercano de la nomenclatura y leal a sus intereses, Santiago Creel. También escurrido el bulto del ataque presidencial de que la impondrá Claudio X. González. Y hasta del desdén de Claudia Sheinbaum a sus aspiraciones porque no todas las mujeres pueden ser presidentas. Pero sus desafíos apenas comienzan con una elección de la que ya se bajaron casi la mitad de 14 aspirantes por el método de selección.
El requisito de presentar 150,000 firmas para participar echa a los precandidatos a los brazos de las maquinarias de los partidos o de patrocinadores que provean los recursos, sin generar suficiente certeza para configurar el padrón de la votación. Como ha sucedido con las candidaturas independientes, éste es un reto difícil para la idea de Xóchitl de recabarlas sólo con apoyo de voluntarios y campañas en redes.
Sobre todo, porque, al igual que Sheinbaum en Morena, se ha convertido en la favorita para ganar el proceso del frente opositor mucho antes de llegar a las urnas. Eso la mete en un brete porque, si los dados están marcados, no hará más que fortalecer la narrativa presidencial de una candidatura arreglada, en la que López Obrador no cejará, aunque pierda el debate.