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Quizás el resultado no tenga sorpresa mayor, excepto por el derrumbe de algunas encuestas de sartoría; es decir, los demóscopos de sastrería, cuyo comercio de trajes a la medida culmina con ventajas mayúsculas en favor del oficialismo con ventaja increíble hasta de 60 o más por ciento.
Pues no sucedió así y hasta en tanto no se logren las sumas definitivas y el cómputo refleje sin duda posible, la composición del Congreso entre otras cosas –lejos de los madruguetes de anoche–, la ganancia de la Cuarta Transformación y su segundo piso el refrito o la continuidad, pues–, no le da ni el, reconocimiento pleno, ni la ventaja absoluta.
Hace unos cuantos días Xóchitl Gálvez le dijo a uno de sus colaboradores cercanos: si pierdo ya no voy a dejar la política. Voy a organizar un segundo movimiento para la presidencia 2030. Hay cinco años por delante para preparar la candidatura.
–Mientras, voy a ser un dolor constante de cabeza. No dijo de cabeza, dijo otra parte del cuerpo del varón, pero lo dejo a la imaginación de quienes leen.
Sin embargo, no tienen las oposiciones (aisladas o congregadas) cinco años por delante. Tienen, gracias a los mecanismos de simulación democrática cuyo ejercicio se convierte en una forma adicional del control, presidencial, la revocación del mandato cuyo mecanismo se ha puesto en marcha en dos ocasiones con idénticos resultados: la anhelada confirmación del mandato y la posibilidad en el campo real, de un ensayo electoral futuro en favor del convocante.
Quien trajo a la legislación nacional esa figura tramposa de convocar desde la posición, para confirmar en lugar de revocar, antes de darle una oportunidad a la oposición para una verdadera posibilidad de perder el poder, fue –obviamente—Andrés Manuel L.O.
En las ocasiones en las cuales simuló someterse a una valoración pública sobre su desempeño, con posibilidades al menos teóricas de ser removido, logró todos sus fines.
Le sirvió como una confirmación, generó un eslogan de pegajoso ingenio (el pueblo pone y el pueblo quita) y como un médico profesional revisó los signos vitales de su partido y ensayo los reflejos electorales de su partido, con una ganancia adicional: adquirió para sí el control del comportamiento de su sucesor, mediante un mecanismo perfecto.
Primero, designar al sucesor, segundo, forzarlo a confesar el único credo, presentarse como continuador del movimiento, sin “zigzagueos” (como él mismo ha dicho), establecer los asuntos pendientes como parte sustancial de su programa de gobierno, y tercera, cortar cuando le convenga, la crin de la espada de Damocles en caso de incumplimiento o desviación.
Pero al mismo tiempo les dejó un recurso a las oposiciones, en este caso sólo a Xóchitl Gálvez: ser ella quien prepare al frente de una nueva coalición política cuya conformación se ve ahora como su gran misión política, para activar el mecanismo de revocación del mandato de la primera mujer en la presidencia.
El volumen alcanzado por Gálvez y las posibles sorpresas en la conformación del Congreso, le dan posibilidades reales de utilizar esa figura, para cuya aplicación deberán comenzar a trabajar desde hoy mismo.
La contienda electoral ya pasó; el papel de oposición se ha fortalecido y desperdiciarlo con una pasividad de sequía política en el arranque del sexenio, sería una traición –o una ingratitud–, a los electores, cuyo voto fue también una expresión de confianza y esperanza.
Los partidos de Fuerza y Corazón por México deben reorganizar sus escasas fuerza. Ni juntos lograron la victoria, pero sí pueden conseguir un verdadero frente cívico-político con tiempo suficiente para buscar, desde ahora, la segunda oportunidad.
Xóchitl Gálvez, de la nada, encabezó los deseos de cambio de millones, muchos millones de mexicanos. Ese capital político no se debe desperdiciar. Esa corriente nueva, rosa o del color cualquiera, puede competir para el año 30… o antes.
Se debe comenzar desde ahora, como la siembra napoleónica de los árboles centenarios.