Fue domingo, hace seis años, Yaz.
Terca memoria que te tiene todos los días presente para bien de mi ánimo que de pronto flaquea; aquí, allá, en los detalles, en la nostalgia de nuestras reuniones.
Fue domingo 18 de diciembre de 2016 cuando el destino te pidió cumplir la cita impostergable.
¿Impostergable? ¿Por qué, Yaz?
Y frente al teclado se me agolpan tus palabras, tus mensajes, tus consejos y regaños. ¡Sí, mamá!, te decía cuando preguntabas por la puntualidad en mi salud.
Cuánta vida vivimos juntos y cuánta me dejaste pendiente por disfrutar contigo. Hoy debíamos haber desayunado juntos e invitado a Moy a ese delicioso bufet dominical.
¡Cuánto los extraño!, Yaz.
Recuerdo que viajábamos a Morelia y eras mi copiloto y cantábamos hasta en inglés, champurrado el mío y muy british el tuyo. ¡Ah!, Brenda Lee con I’m sorry pero me quedo con Joe Cocker, ¿recuerdas You are so beautiful?
Y se me escapa la lágrima y se me atora ese singular grito de dolor en la garganta cuando deletreo y canto al unísono del viejo Cocker que tú eres mi bonita, mi hermosa por siempre.
Sí, Yaz, ése grito que por no sé qué disciplina personal debí ahogar esa tarde-noche del domingo 18 de diciembre de 2016 porque estaba en cabina de producción del Canal Once. Y luego dejé desperdigada la escaleta para ir a verte, a verte…
Sí, estabas en ese frío espacio; Daniel y Carlitos asumían la realidad sin chistar, firmes, serios, muy tus hermanos.
Porque intuí la desgracia con aquel mensaje de una de tus compañeras de Notimex, amiga tuya de quien quiero recordar su nombre pero, quizá porque fue mensajera del dolor mi memoria la acurruca en un espacio bajo llave.
Seis años.
Pero como te traigo en la memoria, porque desayuno y ceno con tu sonrisa en mi pensamiento no cuento con esa largueza de 365 días cada uno y mucho menos hago la suma que suele ser ejercicio ocioso porque se corre el riesgo de envejecer los recuerdos y tornarlos anécdota que se desgasta y pierde la frescura de lo ayer acontecido.
¿Qué ha ocurrido en estos días del sexto año? ¿En qué nos quedamos, Yaz?
Bueno, bueno.
Te comento que Carlitos fue contratado en Querétaro; Carlitos, ingeniero que desde el 2 de enero trabaja en la capital de ese estado y se independizó temprano y sigue la ruta de la autodeterminación como Daniel, médico que hoy ejerce en uno de los mejores hospitales de Morelia. Astrid ha venido a vivir temporalmente conmigo.
¡Caray! Orgullosa que presumías de ellos, tus hermanitos, los pequeños a quienes reprendías como mamá mandona pero los arropabas con ese singular modo de amarlos porque los querías como si fueran tus hijos que se escapaban a estar contigo sin avisarme.
Y ellos te citan frecuentemente; aluden a tus recomendaciones. “Papá, ¿te acuerdas que así decía Yaz?”, comentan cuando el tema, que es frecuente, llama a tu memoria.
Hoy, corren las horas de la madrugada de domingo y desoigo tu recomendación de no desvelarme, pero qué le voy a hacer, Yaz, las letras no se me dan más que de noche. ¿Será porque este silencio que acompaña a la penumbra es el socio de las musas o diligente protector de sus deseos de acudir sólo cuando se les llama?
Así eres tú, mi Musa que lo fuiste desde pequeña a quien componía canciones y en esas horas que compartía contigo y sonreías a la Pentax y posabas con los hoyuelos que te heredé y eran orgullo para mi abuela Panchita que igual te los chuleaba.
¿Cuántas veces viajamos juntos, Yaz?
Sí, ¡caray!, por estas fechas me llega la nostalgia y suspiro con el dolor en el pecho que me agolpa los recuerdos de esos días en los que luchábamos solitarios con Moy de la mano, a quien protegías en la escuela mientras yo me repartía entre la oficina en Milpa Alta y la secundaria 78 para que me supieran cerca.
Sí, en la mesa directiva de la sociedad de padres de familia. Fue cuando nos volvimos más cómplice, Yaz, y ayudábamos a compañeros de la escuela y colegas de la chamba.
“Papá, hay un compañero que no podía ir a la fiesta de graduación porque su mamá no tiene dinero y le dije que no se preocupara porque yo le regalo la ropa”, me dijiste con la solución a medias.
Y es que los zapatos y el pago del boleto para él y su mamá correrían por mi cuenta. Lo habías comprometido porque éramos cómplices. Sí, eras mi cómplice, mi mejor amiga, mi hermana, mi mamá, mi maestra.
¡Ay!, Yaz, cuánto te aprendí.
Y lo recordamos ese día cuando fuimos a la ceremonia de graduación de Moy en la Ibero y en la Septién el día en que te entregaron el diploma de la maestría y nos fuimos a almorzar a El Hórreo, junto a la Alameda con César y Anel y César Aarón.
Al restaurante lo cerró la pandemia y se fue una época con él, Yaz. Por eso no dejo en el archivo los días felices contigo y tu hermano Moy, porque forman parte de mi presente y nadie puede arrebatármelos.
Y no, no es que sea calvario ni mucho menos manda rumbo al santuario.
No, recordarte junto con mi amado Moy, es vitalidad, es como el elíxir que todos los días bebo sorbito a sorbito cuando abro mis lecturas y recorro las paredes de mi departamento con sus retratos y el óleo donde están con Brenda y sigo las líneas de mis textos en la compu.
Lo que si tiendo a olvidar es aquello que nos lastimó y nos puso a prueba, que superamos poco a poco, porque esas heridas nunca sanan pero llega un momento que ya no duelen porque no hay rencor como causal.
Soy bien cursi, Yaz. Te reías cuando me confesaba cursi porque también lo eras y escribías versos y pensamientos que desparramaban miel y te atrapaba la nostalgia salpicada de suspiros cuando peleabas con el galán.
Las rosas en tu cumpleaños, los chocolates, el disco, el detalle romántico que te alegraba, Esos días, esos años los guardo en mi espacio personal y sólo los comparto cuando me llegan las ganas de presumirte como mi hija amada que cumplió la parte del destino que le correspondía.
Hace seis años, amada Yaz, hace seis años.
Me duele tu ausencia y la de mí amado Moy, tu gemelo astral. Hoy les cantaré una de esas canciones que les gustan y platicaré largamente con ustedes, en presente, porque aquí estás, aquí están. Buen domingo, Yaz, Moy te acompaña.
No, no olvido nuestra primera noche vieja y la bienvenida al Año Nuevo, Moy niño, tú casi adolescente y yo en la discoteca de Guayabitos. ¿Te acuerdas? Digo.
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