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Por segunda vez en los días recientes el expresidente Ernesto Zedillo, artífice del exilio desdeñoso y cauto tecnócrata de la globalización, cuyos años posteriores al mandato los dedicó a demostrar su escaso interés por México, acude a la prensa de EU (mientras las actitudes político electorales del WP lo cimbran de la cabeza a los pies), y condena las reformas del gobierno actual y de paso le suelta un rapapolvos al pasado, a cuya cabeza no se atrevió a tocar mientras aquel mandaba.
Con la simplona estrategia de alabar el mérito de una mujer a la presidencia antes de soltar un pero, dice de la titular del Poder Ejecutivo:
“…Como presidenta, parece comprometida a seguir el objetivo de su predecesor de convertir a México en una autocracia de partido único, que recuerda a gran parte del siglo XX, cuando faltaban elecciones competitivas y justas y el Poder Judicial no era independiente…”
Y ya encarrerado en el asunto del antecesor, suelta de su ronco pecho, algo cuya resonancia habría sido significativa hace cinco años, no ahora cuando practica el arrimón… a toro pasado. Así cualquiera…
…Zedillo acusó al expresidente Andrés Manuel López Obrador de “utilizar una interpretación inconstitucional de las reglas electorales para aumentar los números de su partido en la Cámara baja y aparentemente comprar el voto de un senador prometiéndole a él y a su familia impunidad por delitos graves…
“…la noche del 31 de octubre, la presidenta Claudia Sheinbaum publicó el decreto por el que se declara la improcedencia de las controversias constitucionales o acciones de inconstitucionalidad para las reformas, después de que fue aprobada por la aplanadora morenista en 23 legislaturas estatales y de la Ciudad de México, así como por la Cámara de Diputado… Esta última maniobra ha desenmascarado completamente a Morena: su intención es transformar el régimen político de México en uno autoritario”.
“…Sheinbaum ha redoblado su apoyo al plan antidemocrático de AMLO, emulando incluso sus tácticas de calumniar, insultar y amenazar tanto al Poder Judicial como institución y a los jueces individuales, así como a otros que han criticado las reformas. También aboga por que el gobierno ignore los fallos judiciales”,
Sobre la reforma Zedillo repite una queja de Perogrullo:
…los jueces, magistrados y ministros de la Suprema Corte supuestamente serán reemplazados por “individuos que carecen de calificaciones profesionales significativas y que deben sus cargos al partido gobernante, o peor aún, a otros patrocinadores y organizaciones potencialmente criminales. Por diseño, los nuevos jueces no serán independientes ni competentes”.
Todo cuanto el señor Zedillo dice es cierto. Correcto su diagnóstico sobre el empobrecimiento profesional de una judicatura jamás conocida ni por su limpieza ni por su diligencia, pero cuyas características no se van desvanecer; por el contrario, se van a fortalecer. Si antes la venalidad podía considerarse una excepción, hoy será una moneda corriente gracias a la degradación de las posibilidades de buena operación de los tribunales.
Es cierto, estamos llegando a niveles de desastre institucional con una enorme velocidad.
No se le ha dado supremacía a la Constitución (ni al Constituyente permanente); se ha vuelto supremo al partido cuya abrumadora mayoría –la real y la asumida después–, no deja espacio para ninguna corrección jurídica, ya no digamos política.
El engolosinamiento del poder actual, la soberbia continuista, el dogmatismo del camino único, la autoproclamada verdad como patrimonio y la pureza moral como distintivo (ambas falsas), nos llevan a una ruta cuya desembocadura, tarde o temprano, será la pérdida de muchas libertades.
Esto se ha denunciado muchas veces por quienes aquí vivimos y no necesitamos al Washington Post para analizar, con la falsa superioridad del displisciente autoexilio, los hechos de la vida mexicana, con pleno olvido de cómo él mismo ayudo a cimentar (desde Los Pinos), ese poder político ahora tan ominoso.
Algún día –lejano, por cierto– habrá una corrección histórica.