COMPARTIR

Loading

Número cero/ EXCELSIOR

La campaña presidencial arranca con una lucha a dos voces entre dos proyectos de país, a diferencia del tripartidismo del pasado. La polarización en el sexenio ha deslizado el escenario político hacia un bipartidismo de facto entre Morena y el bloque opositor, que podría consolidarse en las urnas. Quien intentó romperlo con una tercera vía, Movimiento Ciudadano, se difuminó en banalización política, muy por debajo de sus expectativas en la elección.

¿Qué está en juego del proceso electoral más grande en el país?: saldrá no solamente la primera presidenta en la historia y 20 mil cargos de elección popular, también la definición del rumbo de la nación en los próximos años y una posible reconversión del sistema político/electoral. Por eso, en el escenario político hay la sensación de un cierre de ciclo de la disputa entre la restauración de un sistema que colapsó en 2018 y la continuidad del proyecto “obradorista”; del temor a una regresión autoritaria y la consolidación de la 4T. Aunque el lapso puede ser tan largo como digan las urnas y dejar un país dividido seis años más.

En cualquier caso, los cambios en el sexenio no admiten regreso por la profundidad del sacudimiento de López Obrador, quien por primera vez en las últimas tres elecciones no estará en la boleta. Y, sin embargo, su presencia en la campaña será constante para una oposición reactiva que centra sus ataques en él, más que en su contrincante, comenzando por Xóchitl y su lema “por un México sin miedo” contra su plan de seguridad; y que, a la vez, firma con “sangre” mantener sus programas sociales. También para Sheinbaum, que no niega su leitmotiv en “continuidad y cambio” que engarce su proyecto con el de su jefe político sin replicarlo en todo. Que arranca campaña con 100 propuestas emulando el inicio de su gobierno.

El perfil de la elección lleva la marca de López Obrador como autor de las claves del contraste entre la vuelta al pasado o seguir con la transformación, el debate entre dos visiones enfrentadas país y hasta una agenda de reformas transexenales que, como en un plebiscito, mandó a las urnas para ganar los votos que necesita su aprobación.

También es suyo el diseño que usó Morena para resolver el frente interno y sortear el riesgo de rupturas sucesorias. Todo para consolidar su proyecto con el respaldo de una fuerza hegemónica que herede a su sucesora y despeje el camino a las reformas en seguridad, justicia y político-electorales que, en su sexenio, detuvo la oposición y la Corte. A pesar de amagos, Sheinbaum llega con un equipo que integra a sus rivales de Morena, como ofreció el mandatario, con un lugar en el siguiente Congreso.

Por eso, el plan C para ganar el Congreso es el mayor reto de Sheinbaum en los 90 días de campaña, así como el de Xóchitl evitarlo, dado el abismo entre ellas para la Presidencia en las encuestas. Una pretensión nada fácil, a pesar de la percepción de un triunfo que sólo pareciera esperar a confirmarse en las urnas; pero que, de no lograrlo, la obligaría a negociar con el bloque. De esto depende que el bipartidismo en los hechos se convierta en un diseño legal con una reforma político electoral que castigaría a las minorías.

Del bipartidismo de facto lo más sorprendente es la rapidez con que el PRI y el PAN se acomodaron a este diseño para mostrarse sin miedo en una alianza abierta, como López Obrador los espetó por años para arrinconarlos en el nicho de la defensa del statu quo y el conservadurismo. También un PRI sin candidato propio, por primera vez en un siglo, y no menos un tercer lugar sin gasolina para presentarse como tercero en discordia.

El Presidente los puso ahí y ha sido el eje polarizador de la vida política como estrategia para convertir a las urnas en un referéndum: continuidad o cambio, en una visión dual del país en la que la oposición quedó atrapada y se define por contraste. Una batalla con la mirada puesta en el Congreso, porque su resultado definirá la permanencia del modelo de país con el poder compartido o concentración en una fuerza que lleve la transformación en una segunda temporada del “obradorismo”, aunque sin el liderazgo carismático de su maestro, que su sucesora tendrá que suplir con resultados.