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Quizá uno de los empeños más ociosos del planeta sería explicar por qué los Estados Unidos –vencedores en la única tragedia bélica de nuestra historia–, son nuestra némesis, temor, envidia, ejemplo imposible, referencia y (en cierto modo) modeladores de nuestro destino.
Somos, sin quererlo o a pesar nuestro, la confirmación cotidiana de aquellos versos de Rubén Darío:
“…Los Estados Unidos son potentes y grandes.
“Cuando ellos se estremecen
“hay un hondo temblor que pasa
“por las vértebras enormes de los Andes.
“Si clamáis, se oye como el rugir del león.
“Ya Hugo a Grant le dijo:
«Las estrellas son vuestras».
“(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol y la estrella chilena se levanta…)
“Sois ricos.
“Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón;
“y alumbrando “el camino de la fácil conquista,
“la Libertad levanta su antorcha en Nueva York”.
Sí, la misma obra magnífica de ingeniería y escultura (Eiffel y Bartholdi) cuya demolición –entre paréntesis–, fue propuesta por un delirante político mexicano cuando abogaba por la suerte de un espía cibernético en los Estados Unidos.
Pero ese grotesco anecdotario de la incultura debe quedar para otra ocasión.
Ahora lo importante es el susto de la semana, como lo describe la agencia France Press al comentar el uso de las redes sociales como sucedáneo de la comunicación directa entre gobiernos, por parte del presidente entrante de los Estados Unidos de América.
“Con dos mensajes en una red social, anunciando aranceles demoledores a México, Canadá y China, Donald Trump hizo caer las acciones de los fabricantes de automóviles, rugir a los aliados y temblar a las cancillerías”.
Pero si la fuerza de los sismos es tan peligrosa como la cercanía de su epicentro, los mexicanos caímos en un estado de pánico apenas disimulado por la aparente protección del nacionalismo y la autoproclamada grandeza de nuestra economía, nuestra historia, nuestra cultura y todo lo demás, tan necesarios para la humanidad cuyo destino casi, casi depende de nosotros.
“…nosotros no aceptamos esta visión de que México es menos», ha dicho la presidenta nacional, doña Claudia Sheinbaum.
“Lo hemos dicho siempre: nosotros somos un país grandioso, que compite con otras economías, que somos una potencia cultural y que, frente a nuestros socios comerciales, particularmente Estados Unidos y Canadá, nos vemos como iguales.
“Canadá nos necesita –agregó en el análisis trilateral–, porque, así como presentó hoy Marcelo los impactos que puede tener en Estados Unidos el subir aranceles a México (el celebérrimo tiro en el pie), también tiene impactos en Canadá. Entonces, nosotros tenemos un plan.
“Y yo estoy convencida que va a permanecer el Tratado. Nos ayuda a las tres economías y eso lo saben los tres países, sus empresarios, sus empresarias y sus gobiernos…”
Sin embargo entre los mexicanos y los canadienses hay grandes diferencias aunque el modo más suave de los ultra boreales no les impida expresar su desprecio, como ha sido el caso del Ministro de Ontario Dough Ford, (equivalente a jefe de gobierno), quien ha dicho con toda la bocaza:
“Compararnos (con México) es lo más insultante que nunca he escuchado por parte de nuestros amigos (Estados Unidos)”. A él le bastaría con echar a los bárbaros –nosotros– del Temec.
Pero entre ellos –Canadá y EU– hay similitudes importantes. Para empezar hablan el mismo idioma. Se entienden y no les perturban las graves dificultades de las traducciones.
Si la acusación generalizada del traductor como un traidor es cierta, más allá de la literatura, en la política puede provocar catástrofes inauditas o al menos inconvenientes.
Esto es una prueba.
A raíz del amago de los aranceles, impuestos o tarifas — como les llama nuestro señor secretario de Economía, Don Marcelo Ebrard, viejo conocido de Trump, quien por cierto lo llama “El doblado”, e ignora la diferencia de un tiro en el pie a un balazo en el occipucio–, el Primer Ministro del Canadá, Justin Trudeau habló casi de inmediato con Mr. Donald.
Y en algo se deben haber puesto de acuerdo, empezando por reconocer su desacuerdo. México no tuvo esa oportunidad sino hasta dos días después.
Antes de la conversación telefónica entre la señora CSP y el señor (D)DT, la presidenta de México le envió una enjundiosa carta de reacción, aclaración y queja, todo mezclado, cuyo contenido circuló por todas partes antes de llegar a la oficina republicana de transición.
Nuestro embajador no la envió a la Casa Blanca, porque el señor Trump todavía no vive allí y al actual inquilino ya nada de esto le importa aunque ante la pequeña tormenta el embajador actual de Biden meta su cucharita y diga muy condescendiente (como si tuviera alguna importancia):
“…lo que haga el presidente que llegue (…) el 20 de enero, eso él lo va a tener que conciliar con sus poderes, en sus autoridades, nosotros tenemos una visión diferente, todos estos temas los tenemos que trabajar como socios».
Obviamente sus dichos son palabras al aire. Él y su jefe en este asunto son absolutamente irrelevantes.
Pero hay algo importante: la disparidad de los mensajes entre la señora CSP y el señor (D)DT. La conversación posterior a la regañona carta ha sido descrita como “maravillosa” por el presidente electo y como “excelente” por la presidenta nacional. Pero sus versiones, no obstante, son absolutamente distintas.
Trump dijo:
“Acabo de tener una maravillosa conversación con la nueva Presidenta de México, Claudia Sheinbaum. Ella acordó detener la migración a través de México y hacia los Estados Unidos cerrando efectivamente nuestra frontera sur».
La presidenta nuestra expresó en cambio:
“… Abordamos la estrategia mexicana sobre el fenómeno de la migración y compartí que no están llegando caravanas a la frontera norte porque son atendidas en México», aunque más tarde, acuciada por el distorsionado mensaje trumpiano, requiriera de una apresurada apostilla:
“…Reiteramos que la postura de México no es cerrar fronteras, sino tender puentes entre Gobiernos y entre pueblos…»
Como se ve esa oposición en los mensajes no puede ser únicamente un asunto de mala traducción.
Es una evidencia de intención.
Trump empujó las palabras mexicanas al rincón de su conveniencia y salió primero a los medios. No sabemos si se comió el mandado, pero ya dejó sembradas su idea y su tesis: la frontera de México con Centroamérica es NUESTRA frontera sur.
Las posteriores aclaraciones sirven poco.
Ya habrá tiempo, después, para analizar el enigmático significado de esta frase presidencial: “…no están llegando caravanas a la frontera norte porque son atendidas en México”.
¿Atendidas o detenidas en México?
Posiblemente Francisco Garduño, procesado al frente del Instituto Nacional de Migración, cuya eficacia en la atención migratoria se probó en Ciudad Juárez con la hornaza criminal, nos podría ofrecer una explicación suficiente y conveniente sobre el verbo atender.
Mientras tanto las réplicas del sismo, siguen y siguen. Trump ni siquiera ha tomado posesión de su segunda presidencia y ya ha sacudido todas las vértebras de América.
Ni se despeinó. Y aquí, nos tiramos de los pelos.