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elcristalazo.com

Yo no voy a repetir esa frase tan majadera atribuida o vertida por el ex presidente Enrique Peña sobre la inconformidad permanente y el disgusto crónico de quienes nada aprecian, nada les acomoda, nada le gusta, ni les satisface, pero la forma tan aleve como los conservadores han salido con su cantaleta a ridiculizar a nuestro secretario de Salud, el doctor y Premio Nacional de Ciencia, Don Jorge Alcocer, quien le ha atribuido al paracetamol, las infusiones y al concentrado de eucalipto, alcanfor, cardamomo, mentol y excipiente glicérido llamado Vick Vaporub, utilidad en el tratamiento del Covid en su variante “Omicrón”, merece una protesta.

Como si no supieran la maravilla añeja de ese mejunje formulado para la farmacéutica hogareña desde 1890, por Richardson Lundsford, dueño de la botica Porter & Tate,

Obviamente el uso hospitalario del ungüento aromático de gomosa consistencia es del conocimiento pleno de nuestro señor secretario Alcocer, quien –pleno de conocimientos– no iba a restringir el vademécum de la medicina tradicional a los chiqueadores de ruda, porque él y todos conocemos cómo en 1918, Vick’s Vaporub ayudaba a millones de personas durante el brote de gripe española en los Estados Unidos de tan benéfica manera, como para ponerle Richardson Lunsford (dueño de la empresa fabricante) al hospital de Greensboro.

Quizá además de la benéfica labor del Vick untado o inhalado, el hospital se llama así porque Lunsford le regaló millones de dólares al patronato.

Los mexicanos disponemos de ese auxilio desde 1925, cuando la parte más benéfica del imperialismo nos introdujo (sin albur) el Vaporub y no se piense en el caso de esta columna en un deliberado acto de promoción mercantil. Si alguien le ha hecho publicidad, ha sido Alcocer, no yo.

Mi interés ha sido mostrar cómo la sabiduría y la ignorancia se pueden encontrar de la mano y por la calle sólo con picar algunos botones de la computadora y abrir las páginas de una Wikipedia cualquiera. Yo supe todo esto sin moverme del teclado.

El doctor Alcocer –de quien se han burlado los eternos inconformes, racistas, clasistas, incapaces de reconocer su obra y su provecto sentido común –, lo supo después de años y años de estudio en el Instituto Nacional de Nutrición, donde acumuló conocimientos infinitos, puestos ahora al servicio pleno del pueblo mexicano desde la incomparable eficacia de la Cuarta Transformación, cuyo avance en materia sanitaria ya ha superado –promesa presidencial–, a los sistemas escandinavos.

No es posible pasar por alto estos logros, no es posible criticar a un hombre cuya gestión frente a la pandemia, auxiliado por su eficiente alumno, el subsecretario Hugo López Gatell (un reaccionario por ahí lo llama “Gatinflas”), ha contenido las muertes de la pandemia en poco más de 300 mil cuando sin su sabiduría hubieran sido muchas, muchas más, ¿verdad?

Entones yo solo pido sinceridad y objetividad.

Sin embargo, sí quiero preguntar algo, porque el señor doctor Alcocer nos debe parte de la receta mágica. Bien por el paracetamol, mejor por el Vaporub pero ¿y los tecitos, doctor?

No nos dijo usted de qué

Porque muchas señoras ofrecen hojas de buganvilia para la tos persistente; otras creen en la bondad de la manzanilla y hay quienes se atreven a meterle rajas de canela y hojas de naranjo con alcohol a ollas de agua hirviente.

Algunos beben tisanas de menta o chai; hay quien prefiere pelitos de elote o corteza de cuachalalate. También hay sencillos tés de limón, yerbabuena, frutos rojos o –si tiene amigos bolivianos–, matita de coca.

De todo hay en este mundo y es tan amplia la herbolaria universal como enorme nuestra ignorancia, por eso le suplico, doctor, ¿el tecito de qué? ¿De qué por amor de Dios?

No nos deje usted en la oscuridad.

Una frotadita de su sabiduría y el niño se cura.