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**** Roberto Suárez Guerrero, apasionado del estilo colonial mexicano y promotor de la cocina yucateca

A sus 84 años, Roberto Suárez Guerrero, se precia de haber dejado de hacer pocas cosas en la vida. Ingeniero de profesión, proyectista y diseñador —que ocasionalmente gusta de la pintura al óleo y practica igualmente la acuarela y el puntillismo, una técnica creada en Francia en 1884 por Georges Seurat—, también se ha dado tiempo para incursionar en la gastronomía yucateca a través del restaurante familiar “La Cochinita Country” y esbozar en frases cortas su filosofía vivencial.

De joven se ejercitó en el boxeo como sparring de su padre Jorge Amador Suárez Romero, un inquieto inspector de Hacienda, quien de forma semiprofesional incursionó en la categoría peso medio en el cuadrilátero de la vieja arena Coliseo de la Ciudad de México, con el sobrenombre de “El Oso”.

Ingeniero Roberto Suárez/ Foto ©Antonio Caballero

Por sus manos, sobre los restiradores de madera, las antiguas mesas de dibujo y hoy en los modernos programas de diseño digital por computadora, han pasado infinidad de proyectos, transformados luego en casas, edificios, estructuras deportivas o religiosas y complejos industriales y habitacionales, que aún perduran en la geografía de la capital y otras entidades del país.

Algunos de ellos son figuras emblemáticas con distintivo internacional, entre los que se cuentan la tienda departamental “El Puerto de Liverpool”, ubicada en la esquina de avenida Insurgentes y Félix Cuevas —erigida con un proyecto arquitectónico de la compañía neoyorkina Amos Parrish—; el Estadio Azteca y La Basílica de Guadalupe, encabezadas por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, y la planta de la Ford Motors Company, en Cuautitlán Izcalli.

Participó en la construcción del Estadio Azteca, El Palacio de Liverpool y la Basílica de Guadalupe, entre muchos otros proyectos / Foto ©Antonio Caballero

Pero no todas han culminado exitosamente, debido a situaciones que escaparon a su ámbito de competencia.

Se lamenta, por ejemplo, del rumbo que tomó el conjunto habitacional Santa Cruz Meyehualco, en el cual participó y donde se erigieron más de 3 mil casas destinadas a los pepenadores capitalinos y también elementos de la policía.

“Al poco tiempo de haber sido entregadas, éstas fueron objeto de vandalismo y rapiña. A las casas les quitaron las ventanas y vendieron hasta los muebles de baño y las tuberías. Desafortunadamente, el tiempo se ha encargado de mostrarnos que miles de beneficiarios no fueron la mejor opción; hoy es un conjunto habitacional decadente, que demuestra, sobre todo, una total falta de organización y educación ciudadana en todos los sentidos” —dice.

Cofundador del célebre restaurante yucateco “La Cochinita Country”, al lado de su exesposa Silvia Eugenia Ponce —incluido desde el 2013 en la prestigiosa “Guía Zagat”, luego de casi 40 años de haber sido creado en 1982 y el cual han visitado centenares de figuras del espectáculo, deportistas, periodistas e integrantes del mundo empresarial y político nacional e internacional—, Suárez Guerrero aborda en la charla diversos pasajes de su vida.

Último hijo del matrimonio formado por Jorge Suárez y María Dolores Gertrudis Sánchez, y aficionado al beisbol y la lucha libre desde su infancia, se mantuvo siempre al cuidado de su madre y de sus 3 hermanas mayores: Mercedes, Carmela y Dolores. La primera falleció hace varios años, al igual que Jorge, uno de sus medios hermanos, producto de una relación anterior de su padre.

Frente a “La Cochinita Country”, con su hijo Roberto Suárez y su ex esposa y fundadora, Silvia Eugenia Ponce / Foto ©Alberto Carbot

Reconoce que aunque nació en la colonia Obrera, en la calle Bolívar 454 —que en la actualidad alberga un taller mecánico—, por sus orígenes y posterior adopción sentimental gastronómica o territorial en Chiapas y Yucatán, podría autodefinirse como un “suresteño”.

—Hace prácticamente 50 años, en 1973 —y cito algunos fragmentos de una entrevista que entonces le hizo el periodista Samuel Franco Delgado, de la “Revista de América”—, aseguró que había que ser visionarios del futuro. Y hablaba de que en México hacía falta “educación habitacional del pueblo mismo, comenzando por las nociones de higiene y de vida saludable”. Sobre Santa Cruz Meyehualco —un proyecto en el cual participó incluso en la construcción de su unidad deportiva—, usted decía que era un ejemplo muy sensible sobre lo que puede acontecer si no existe esa cultura habitacional. En términos generales, hoy le pregunto si a casi medio siglo se logró avanzar o nos quedamos estancados en el pasado

—Considero que aún no se ha superado esa situación de la que yo hablaba en 1973. Lamentablemente hay muchos conjuntos habitacionales, ya en decadencia, que no tuvieron el diseño estructural adecuado.

—Y cuáles son las causas a la que obedecen este tipo de situaciones. Muchos conjuntos habitaciones gubernamentales, pagados con los impuestos de los mexicanos, al igual que otros tantos privados, se enfrentan a esta problemática.

—En primer lugar está el afán de lucro de muchas de las partes involucradas y luego ya no se consideran los diseños estructurales adecuados; solamente se cubren los permisos y muchas veces el pago de sobornos, sin el cumplimiento de los reglamentos o las normas. Tampoco se reconsidera ni se supervisa el adecuado funcionamiento de toda la parafernalia de la construcción.

—Se ha visto que luego de que las obras se concluyen, emergen muchos vicios; muchos de ellos originados por ese afán de lucro al que usted se refiere. Quienes planean o realizan la obra, o los mismos contratistas, para ahorrarse dinero y quedarse con más ganancias, no emplean los mejores materiales o los más idóneos

—Sí, eso ha ocurrido con frecuencia, y por esa razón se han presentado muchos problemas. Los sismos de 1985 fueron prueba de ello; no se consideraba el factor de seguridad que reglamentariamente existe hoy. Pero independientemente, todavía hoy algunos convocan a “maestros contratistas” que a veces ni tienen título y piensan que son mejores que los ingenieros o arquitectos con verdadera experiencia y conocimientos. Luego resulta que como no saben colocan más cantidad de material de lo debido, y en vez de fortificarlo, lo empeoran.

Por ejemplo: en las losas, si se pone mucha varilla, estas se cuelgan En las columnas también; se debilitan. Muchos improvisados no poseen suficiente conocimiento para que también se hagan los estudios de laboratorio adecuados, como rayos “x” o el análisis de la mezcla a través de la extracción de corazones de concreto; es decir, no ejercen esa cultura de responsabilidad en la construcción.

Impulsor del estilo colonial mexicano / Foto ©Antonio Caballero

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Estudiante sobresaliente de la carrera de ingeniería en la UNAM, especialmente en cálculo diferencial e integral, revela que para allegarse recursos, algunas veces llegó a presentar exámenes de esta materia a nombre de algunos compañeros, haciéndose pasar por ellos. “Desde el comienzo me gustó mucho la ingeniería porque sabía que tenía mucha relación con la arquitectura. Por eso mi dedicación más profunda es el proyecto, donde el aspecto creativo se desarrolla eminentemente” —puntualiza. Luego rememora:

“En 1960, gracias a mis buenas relaciones en la Facultad de Ingeniería y la Escuela Nacional de Arquitectura, fui recomendado por el arquitecto Vicente Armendáriz —entonces estudiante e hijo del embajador de México en el Reino Unido, Antonio Armendáriz Cárdenas—, para formar parte de la empresa Construcciones A. Zeevaert, creada por Adolfo Zeevaert, quien junto con Leonardo, su hermano, participaron en la construcción de la Torre Latinoamericana, en esa época la más avanzada tecnológicamente en Latinoamérica, y que sirvió de ejemplo para los diseños estructurales de los grandes edificios de entonces y que aún sigue vigente hoy”.

Con honestidad, aclara que “los grandes proyectos no son obra mía, sino que yo me sumé a ellos, aportando mi talento; soy partícipe de esas grandes obras —tal vez en forma discreta, pero muy significativa—, porque en algunas fui superintendente, muy dispuesto a seguirle los pasos a mi jefe, el ingeniero Adolfo Zeevaert, quien me otorgó toda su confianza y me confió grandes responsabilidades. Hasta fui su residente durante la remodelación que hizo de su casa, situada por la carretera del Desierto de los Leones.

“Después, tuve oportunidad de asociarme como diseñador e ingeniero proyectista del arquitecto Gustavo López Carbajal —con quien afectuosamente nos llamábamos compadres, sin serlo—, y realizar obras de estilo colonial mexicano, que desde entonces predominaba. De nuestro trabajo dan cuenta las remodelaciones de la emblemática y legendaria Casa de los Delfines, en el callejón de Cita número 2, del viejo San Ángel, construida en el siglo XVIII. También la construcción de “El Pueblito” en Puerto Vallarta, obra que llevamos a cabo en coordinación con el licenciado Arturo Cervantes, representante en México del actor hollywoodense Bob Hope, y la restauración del Restaurante San Angel Inn, que efectuó el arquitecto Manuel Parra siguiendo el proyecto que le proporcionamos”.

En 1973, Roberto Suárez elaboró el proyecto de restauración de una casa del siglo XVI, ubicada en el Centro Histórico de la Ciudad de México, en la esquina de Las Cruces y Mesones, propiedad de Salvador Castillo Torres, entonces presidente de la Unión Nacional de Almacenistas y Comerciantes en Víveres. El inmueble —del cual se tienen registros como la primera casa de citas que existió en la ciudad—, fue objeto de profundo remozamiento que supuestamente la convertiría en un atractivo urbano. Sin embargo, en la actualidad, la zona y la casa misma han sido absorbidas por la vendimia callejera y pese a su importancia, se convirtió en otro inmueble más, habilitado para el comercio de artículos plásticos.

—Desafortunadamente, en lo que concierne a la estética urbana, el centro de la ciudad parece estar fuera de control, y lo que en muchos países constituye uno de los lugares de privilegio y más caros para vivir, aquí se ha convertido en sinónimo de decadencia —le pregunto.

Foto: Casa Virreinal de Las Cruces y Mesones, Centro Histórico de la Ciudad de México/ Archivo personal

—Sí, en verdad, es terrible la falta de una adecuada preservación. Yo no sé si todavía existe la oficina de Monumentos Coloniales, que se encargaba precisamente de remodelar y rehabilitar las fachadas e inmuebles valiosos. Sin embargo, hay que decir que la misma necesidad de la gente, aunada a la falta de apreciación de las cosas valiosas, ha ocasionado que muchos de esos lugares hayan devenido en viviendas precarias, sin mantenimiento y a veces en peligro de desplomarse. Incluso, la crisis generada por la actual pandemia, se ha convertido en un dique para emprender nuevos proyectos de remodelación y reconstrucción. Y cuando en un momento dado se recortan los presupuestos, las obras se llegan a concluir echando mano de materiales y acabados de segunda o tercera. De ahí que nos enfrentemos también a esa problemática.

—En su historial, usted posee un gran número de participaciones en obras muy significativas e históricas, además de la supervisión técnica de la construcción del Estadio Azteca, la planta de la Ford Motors Company en Cuautitlán y la tienda y el estacionamiento de “El Puerto de Liverpool” en Insurgentes.

Foto: Puerto de Liverpool de Insurgentes sur/ Archivo personal

—Así es. Entre ellas están las del Instituto Anglo Mexicano, el edificio de la Industria Nacional Químico Farmacéutica, el Asilo de Ancianos, los conjuntos de Santa Cruz Meyehualco y Presidente Adolfo López Mateos, además de los edificios K y M del Conjunto Urbano Nonoalco de Banobras. Asimismo, el edificio de la cadena de supermercados de Aurrerá, hoy Walmart, en Las Lomas de Chapultepec, el Palacio de Justicia en la colonia Doctores y la unidad habitacional Presidente John F. Kennedy, en la Alcaldía Venustiano Carranza, diseñada por el arquitecto Mario Pani en 1964, para trabajadores de Artes Gráficas.

“Ese conjunto se construyó dentro del programa “Alianza para el Progreso”, con aportación de sindicatos de trabajadores de EU y del Fondo para la Vivienda (FOVI). También hice el proyecto de un gran fraccionamiento industrial en León, Guanajuato, en un terreno de 747 mil metros, ubicado muy cerca de donde se hallaba la Dinner-Benz y gané el contrato para el proceso de demolición de algunas áreas del antiguo Palacio de Lecumberri, que se adecuó para albergar el Archivo General de la Nación.

“El puerto de Liverpool”, se realizó con un proyecto arquitectónico de la compañía neoyorkina Amos Parrish; poco después seguimos con la construcción del Estadio Azteca, que se hizo en aproximadamente dos años y medio y donde empleamos un sistema de postensado de la Dividach de Alemania, que consiste en utilizar cables de acero dentro de un ducto, que impide su contacto directo con el concreto una vez que fragua, lo cual le otorga mayor capacidad de carga a la construcción. Ahí colaboré muy cerca del superintendente José Monroy Tamayo”.

—Imagino que su participación en el Estadio Azteca, es muy significativa, porque cuando se inauguró, en 1966, fue tal vez uno de los espacios deportivos más grandes del mundo, obra de los arquitectos Pedro Ramírez Vázquez y Rafael Mijares Alcérreca.

—Claro. Tan sólo en su construcción, que inició en 1962, se fueron más de 3 años de intensa labor e increíbles innovaciones técnicas, que debo admitir, también costó la vida de más de una decena de trabajadores. Entre los incidentes o anécdotas que recuerdo, fue que toda la cancha se nos inundó a causa de una mala conexión con el drenaje. Durante dos días se convirtió en la alberca más grande del mundo y más allá del hecho mismo, prácticamente paralizó las labores de una obra donde llegaron a laborar más de 20 mil personas.

FOTO: Residencia Paseo del Pedregal 1005/ Archivo personal

“Le comento también que para hacerle frente al nivel de resistencia de carga, también usamos el sistema de postensado del cual le hablé y por el cual prácticamente se duplicó el antiguo factor de seguridad, que luego llegó a ser de aproximadamente 1.70, lo cual requirió de más acero de refuerzo y más concreto, para albergar a más de 60 o 70 mil personas. Sé que su aforo, al paso del tiempo, se ha ido modificando y ha llegado a recibir más de 110 mil espectadores, aunque ahora, por motivos que desconozco, permita sólo el ingreso de 87 mil. Sin embargo, eso te habla de su alto nivel de construcción y seguridad, al paso de los años.

“Luego, participé en la construcción de la nueva Basílica de Guadalupe, también producto de la creatividad del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, a quien admiré, pero con quien no tuve contacto más que ocasional, a través de mis jefes directos, como lo fue también en el Estadio Azteca.

“Mi vida ha sido un continuo recuento de actividades. Le comento que participé en la remodelación del Zoológico de Chapultepec , tanto con IM Construcciones y Avance Construcciones; he proyectado y dirigido fraccionamientos industriales trabajé con el maestro jurisprudencia de tres presidentes de la República, condujimos algunas galerías del Sistema de Transporte Colectivo, Metro y gané concursos de licitación como la construcción del Centro de Cómputo del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y la Terminal del Aeropuerto Internacional de Acapulco, para la constructora “Arqa”—subraya.

Los años 60, 70 y 80 se sitúan entre los más productivos de la carrera profesional de Roberto Suárez. En esos 30 años, logró hacerse de una significativa cartera de clientes.

“En más de 60 años de actividad, también he proyectado y dirigido buena cantidad de residencias a connotados actores, empresarios, artistas y políticos, particularmente casas con estilo colonial del siglo XVI y Colonial Mexicano, así como otras obras de vanguardia. Uno de mis mejores clientes fue el famoso jurisprudencista y político de origen chiapaneco, don Andrés Serra Rojas, quien estuvo al lado de tres presidentes de la República. Fue decano de la Facultad de Derecho de la UNAM y profesor de Instituto Politécnico Nacional. Asimismo le trabajé al ex secretario de Estado y ex presidente del PRI, Pedro Ojeda Paullada; a don Norberto Aguirre Palancares, político oaxaqueño, experto en reforma agraria, y al ex gobernador de Querétaro, Manuel González Cosío. También recuerdo con afecto a un gran amigo y cliente, don Manuel Borja Osorno, cuñado del presidente Gustavo Díaz Ordaz, quien me lo presentó. Al mandatario también le construí una residencia en El Pedregal.

De las construcciones de ese tipo del Sur de la Ciudad de México, recuerdo las que se hallan en Paseo del Pedregal 1005, esquina Lluvia, propiedad de don Humberto Vega Ramírez, la de Paseo de las fuentes 665, en Jardines del Pedregal, de don Manuel Tamez Zapata y la de Risco 441, que le hicimos al señor Fred Back, gerente de Laboratorios Pharma, cuyas oficinas centrales estaban en diagonal 20 de Noviembre.

—Sé que usted tiene en su portafolios muchas obras a las que de manera personal les debe guardar especial afecto. No le hablo del Estadio Azteca, ni de la Basílica, sino de un lugar más accesible para los citadinos, como “El Puerto de Liverpool” de Insurgentes, en la Ciudad de México. Muchas personas que conocieron su estructura y diseño original, seguramente notarán el cambio, porque incluso en los años 60 y 70 ahí se filmaron algunas películas que dan constancia de su estado anterior a la remodelación que tuvo lugar hace apenas unos años. ¿Usted ha podido comprobar ese cambio?

—Sí. Es curioso, fui recientemente. Déjeme decirle que el inmueble ha permanecido muy bien; tiene áreas nuevas bastante bien diseñadas y muy bien trazadas, con mucho conocimiento de lo que es el proyecto propiamente.

—¿No le dio un poco de nostalgia circular por esos lugares donde usted trabajó alguna vez?

—Claro. Recordé cuando colocamos en el anexo —fijada sobre una base de sal marina, en vez de hacerlo con cemento—, la gigantesca asta bandera, de punta pendular, diseñada por el prestigioso equipo francés, que estuvo a cargo de una de las grandes restauraciones de la Torre Eiffel. Deambulando por el primer piso, donde se construyó una fuente que fue retirada hace mucho tiempo, pasé por el baño que todavía existe y recordé que cuando estábamos en obra, uno de los trabajadores —un azulejero especialista en acabados—, algunas veces nos llamaba y nos convocaba a almorzar en ese lugar, por ejemplo, una buena sopa de médula.

—Desde su punto de vista ¿qué encuentra de positivo o negativo a las actuales remodelaciones?

—Lo que puedo decirle es que el proyecto original realmente se ha superado mucho, porque tiene hoy una arquitectura más evolucionada y más adecuada; se ve que realmente intervinieron en él personas que tienen un conocimiento muy profundo, en cuanto al proyecto y el diseño. Hay muchas cosas que todavía se mantienen y son permanentes, pero definitivamente, el cambio sí benefició el proyecto.

—En algún momento, usted comentó que el estilo colonial mexicano estuvo muy de moda en los años 60 y 70.

—Efectivamente, tuvo mucha repercusión y mucho éxito; todos querían casas tipo colonial. Hay una ecuación imprescindible entre la ingeniería y la arquitectura, y alguna vez dije que en la mayoría de mis obras se conjugaban lo colonial, con el moderno funcionalismo, sin olvidar evocaciones precoloniales que son muy valiosas, tanto en sentido de ingeniería, como en sentido de arquitectura. Que mi estilo oscilaba entre las características aztecas y las de vanguardia y que si alguna característica propia hubiese que buscar en mis obras, sería el valor creativo que he tratado de imprimir en ellas.

—¿Este estilo se mantenido o ha caído ya en el olvido, debido a nuevas condiciones del mercado y otras modas?

—Más bien diría que ha permanecido y tiene cada vez hay más adeptos. Lo que ha influido para su pleno desarrollo es el estado de la economía, que muchas veces no lo permite, pero hay mucha conciencia de tratar de revivir lo colonial, con todo su atractivo y lo que representa en nuestra forma de vida; el tratar de revivir cómo se habitaba y eso es una remembranza de las construcciones que nos dan identidad y se iniciaron en el siglo XVI.

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Divertido, comenta que por su talla y vinculación con el restaurante, también hoy podría pasar como un auténtico yucateco “ya que si bien nunca fui muy alto, al paso de los años me he encogido algunos centímetros, sobre todo si tomamos en cuenta los que perdí por aplastamiento de vértebras, luego de haber caído accidentalmente en vertical desde más de 6 metros de altura, mientras supervisaba el estado de una obra, lo cual me puso al borde de la parálisis o la muerte.

“La Cochinita country surgió en 1982, luego que ponderamos el talento gastronómico de mi exesposa Silvia Ponce, de origen yucateco y quien superó las enseñanzas de su madre, doña Judith Loza Cardenas. En el libro “Cocina yucateca, fusión de culturas e ingredientes” —escrito por Marcela Zubieta, Socorro Puig y María Stoopen—, la mencionan como una de las grandes impulsoras de la cocina tradicional mexicana. Hoy somos socios y muy buenos amigos.

Mi hijos José Luis y Roberto se han hecho cargo de los dos únicos restaurantes que actualmente existen bajo el mismo nombre, aunque en mi etapa chiapaneca, establecí en diciembre de 1993, una sucursal en el centro de la ciudad de San Cristóbal de las Casas, en un inmueble que yo restauré y adapté. Cuando por razones personales decidí cerrarlo, organicé una despedida a la que asistieron todos los periodistas y funcionarios que se hallaban en la zona, para atender y cubrir el levantamiento zapatista del 1 de enero de 1994.

José Luis, mi hijo menor, estableció luego una sucursal en la avenida Insurgentes, Sur, en La Torre Mural, un edificio inteligente y el segundo más alto de la zona. Tuvo inicialmente mucho éxito, pero el inmueble, de usos mixtos, destinado en su mayoría para oficinas, tuvo problemas de ocupación y obviamente muchos, como una sucursal del legendario restaurante “La Cava”, se vinieron abajo y cerraron.

Afortunadamente él no se arredró, y puso en funcionamiento una nueva Cochinita Country en Coyoacán, en la calle de Allende 161, esquina Berlín, atrás del Museo Frida Kahlo.

El ámbito familiar constituye uno de los tesoros más preciados de Roberto Suárez y entusiasta, no duda en hablar con vehemencia de que “tuve la suerte, de contraer nupcias —primero con Silvia, con quien procreamos a José Luis y a Roberto—, y luego con la gran chiapaneca María de los Ángeles Guillén, quien en su desarrollo profesional fue colaboradora muy cercana de Roger Grajales, en esa época delegado estatal del Instituto Mexicano del Seguro Social, y con la cual tuvimos a María Angélica”.

Se emociona aún más al hablar con pasión de sus tres hijos, y pondera sus trayectorias:

“Roberto, el primero, es licenciado en diseño gráfico, y llegó a ser gerente de capacitación, para México y Centroamérica, del departamento de ventas, y gerente de distrito, a nivel nacional, de los Laboratorios Pfizer. José Luis es licenciado en administración de empresas y exgerente del departamento de ventas de Recubre, de Sirloin Stokade, y de una sucursal de Sanborns, en Mérida, Yucatán. Actualmente —con el apoyo de su madre, que ha tenido la atingencia de haberse dedicado totalmente a crear una verdadera y auténtica comida yucateca—, está dedicado a atender La Cochinita Country de avenida Universidad y Ángel Urraza.

“María Angélica, mi hija más pequeña, es egresada de la carrera de Mercadotecnia y Publicidad del Tecnológico de Monterrey. Es una talentosa merca-comunicóloga, con vasta experiencia en manejo de proyectos de consultoría y comunicación, que ha prestado sus servicios a MasterCard y a la compañía Apple. A ella sí se le ha dado el gusto por la pintura –posee gran habilidad–, y el baile, y hasta ha sido maestra de belldance y salsa. Además debo decir que también practica boxeo. Es una mujer incansable y muy inquieta, porque como resultado de sus aprendizajes, después de vivir en un centro de meditación en el Centro Oshio en la India, recientemente comenzó a crear y compartir en las redes contenido de espiritualidad y meditación a través de “Sal de Mar”, un espacio de crecimiento y bienestar.

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De tez muy blanca, cabello cano y lentes, viste de manera informal. Prototipo de la discreción, las buenas maneras y tono mesurado —indispensables en su quehacer profesional por su trato con los clientes—, su voz suena afable. A lo largo de la charla abordamos el tema político y los estragos de la actual pandemia, que sin duda ha afectado a todos por igual. Ha modificado actitudes y comportamientos y ha enlutado miles de hogares con su incesante cauda de complicaciones y muertes.

“Sin duda, a causa de esta enfermedad, muchos mexicanos hemos perdido familiares y amigos. La muerte ha hecho presencia con mucha fuerza y nos seguirá rondando.

“Hoy, más que el tiempo recorrido natural y generacionalmente, el Coronavirus, nos ha enseñado que puede adelantársenos el turno y hay que enfrentar la muerte sin miedo; estar preparados mentalmente“ –exclama entre el bullicio de las transitadas calles de la colonia del Valle, desde una de las mesas habilitadas al exterior para atender a los comensales.

—Lo siento muy optimista. A muchas personas, jóvenes o viejas, el sólo pensar en la posibilidad de morir les causa temor o incertidumbre.

—Pienso y existo. Estoy consciente que ya soy un hombre mayor. He dicho que la vejez es como otra juventud, con la ventaja de la experiencia, pero también con la desventaja de la crítica. No temo hablar de la muerte —y aunque sé que hay alguien que está muy arriba, me ha cuidado—, sólo se debe ser precavido. Si no piensas en ese ser de hasta arriba ¿de qué forma interpretar entonces el que por ejemplo yo no haya muerto o quedado paralítico, cuando accidentalmente caí en vertical desde más de 6 metros de altura, como te he platicado antes? Quienes me auxiliaron incluso ya me habían cubierto con una manta o una sábana, creyendo que había fallecido.

“Claro, ese accidente me afectó gravemente el disco 5 de la cervical, pero afortunadamente, gracias a un doctor que me atendió en el IMSS, convertido hoy en el Centro Médico Siglo XXI, logré recuperarme. Él me recomendó dedicarme a la natación y efectivamente en un mes yo ya estaba del otro lado. Considero que eso fue un milagro Por eso digo también que los milagros sí existen”.

—Ingeniero, a sus 84 años ¿qué espera de la vida?

—Ya en la vejez, todavía tengo el afán de continuar haciendo muchas cosas, porque aún me siento en cabalidad de funciones. He sido muy sano, pese a que como todo mundo, hoy he tenido que superar algunos problemas de salud, que afectan a la gente grande. Pero con todo y eso, me siento una persona muy saludable. Hice mucho ejercicio; especialmente me apoyé en la natación y al final de cuentas eso me ha beneficiado a los pulmones y todo el cuerpo. Claro, hay cosas uno debe de prever, como por ejemplo ser consciente en la alimentación, cuidar mucho la comida y beber bien, pero poco, con medida —dice.

De pronto, tomándome del brazo y con amplia sonrisa, acercando el rostro a manera de confidencia, ataja un último comentario de mi parte.

—¡Ah!, pero no le he dicho, todo, mi querido amigo. Le voy a revelar cuál es mi verdadero secreto. Mi secreto es tratar de ser feliz, muy feliz siempre, aún ante la más grande adversidad. ¡Eso nunca lo olvide!

FOTO PRINCIPAL: Roberto Suárez y el periodista Alberto Carbot/ Foto ©Antonio Caballero