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elcristalazo.com

Me han criticado por la columna de ayer en cuanto a las órdenes de aprehensión emitidas en contra de quienes ya están aprehendidos. Es el cumplimiento de la ley por “Rápido y Furioso”, se trata de otros procesos, me han dicho.

Yo digo, es hacerle al “Tío Lolo”.

Y ese rigor infructuoso, para castigar a los castigados, hayan o no participado de los hechos, me recordó “El motín. del Bounty”, una bella novela histórica. El capitán Bligh ,manda flagelar a un muerto.

“…El cirujano que iba en la lancha se inclinó sobre el cuerpo desollado, lo enderezó y miró a Courtney desde la pasadera.

—Está muerto, señor —dijo solemnemente.

“Se oyó un suave murmullo entre los hombres situados en la botavara, como una ráfaga de viento que se cuela entre los árboles. El capitán del Tigress cruzó los brazos y volvió la cabeza lentamente y con sorpresa. Era un hombre apuesto, con su espada, su engalanado uniforme, su sombrero de tres picos y la cabellera empolvada. Después de un largo silencio, se volvió a girar hacia el cirujano.

—Muerto —dijo lentamente y sin darle demasiada importancia—. ¡Menudo diablo, el oficial de personal!

El oficial del cuerpo de subalternos, que estaba detrás del cirujano, se puso firme y se quitó el sombrero.

—¿Cuántos?

—Dos docenas.

“Courtney volvió a su lugar, en la banda de barlovento, y cogió una copia de los “Artículos de Guerra” de manos del teniente primero. Con mucha elegancia, se quitó el sombrero de tres picos y se lo colocó sobre el pecho, los demás marineros lo imitaron en señal de respeto ante las órdenes del rey. Entonces el capitán leyó, pronunciando claramente cada una de las sílabas, el artículo que dispone el castigo por agredir a un oficial de la Marina de Su Majestad.

“Mientras tanto, uno de los ayudantes del contramaestre desataba una bolsa que contenía un látigo de nueve puntas con el mango rojo; contemplaba el instrumento con desconfianza y miraba de reojo hacia barlovento. El capitán concluyó su lectura, se volvió a poner el sombrero y captó la mirada del marinero. Volví a oír el leve murmullo, que se transformó en un profundo silencio ante la mirada de Courtney.

—Haga su trabajo —ordenó tranquilamente—, he dicho dos docenas.

—Sí señor, dos docenas —contestó el ayudante del contramaestre con voz sepulcral…

“…Algunos de los hombres que presenciaban el castigo tenían las mandíbulas apretadas y los ojos brillantes, pero el silencio era tan profundo que incluso podía oírse el leve chirriar de las poleas de la arboladura cuando las brazas se balanceaban en el aire.

“No podía apartar los ojos del ayudante del contramaestre, que ya bajaba por la banda del barco. Si le hubieran permitido gritar, no podría haber expresado mejor la repugnancia que sentía. Subió a la lancha y, cuando pasaba entre los hombres de la bancada, éstos se retiraban hacia atrás con gesto severo. Ante el cabrestante, volvió a dudar y miró hacia arriba con inseguridad. Courtney se había acercado hasta la amurada y miraba hacia abajo con los brazos cruzados.

—¿A qué espera? ¡Haga su trabajo! —ordenó con la impaciencia de alguien a quien se le está enfriando el almuerzo.

“El hombre del azote pasó los flagelos entre sus dedos, levantó el brazo y los dejó caer cortando el aire sobre la espalda de aquel maltrecho cadáver. Yo me giré, estaba mareado y sentía náuseas. Bligh se quedó en la baranda, contemplando la escena con una mano en la cadera y con la indiferencia del que asiste a una obra de teatro mediocre. Los golpes continuaban, rompiendo el silencio como los disparos de un revólver. Los conté mecánicamente durante un rato que se me hizo eterno, hasta que por fin se acabaron: veintidós, veintitrés… veinticuatro…”

Pues al menos el cadáver no sufrió. Ni se quejó.

“Lex, dura lex”.