Estimadas lectoras y estimados lectores: analicen por un momento las siguientes frases: “el pez por su boca muere”, “escupió pa`rriba”, “se le volteó el chirrión por el palito” y “le salió el tiro por la culata”… ahora piesen en un político… ¿Quién se les vino a la mente?.
Estos refranes populares han pasado de generación en generación y contienen una gran sabiduría detrás. Todos se refieren a la idea de que a menudo las personas pueden terminar perjudicándose a sí mismas debido a sus propias acciones o palabras.
Pueden aplicarse en muchos aspectos de la vida, pero uno de los más evidentes es en las relaciones interpersonales. Las verborrea puede ser extremadamente poderosa y afectar a las personas de muchas maneras diferentes. Si una persona habla de manera hiriente o poco considerada hacia alguien, es probable que esa persona se sienta herida y ofendida. Por otro lado, si alguien habla con amabilidad y consideración hacia otra persona, es probable que se establezca una relación más positiva y duradera.
Otro aspecto donde se puedes aplicarse es en la política. Si un político hace promesas que no puede cumplir o engaña a los votantes, o miente, amenaza, y ofende a quienes gobierna, es probable que pierda su credibilidad y su apoyo.
Y esto sucedió precisamente esta semana con un personaje muy importante que desde su estrado emprendió una feroz campaña en contra de la ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Norma Lucía Piña Hernández; sin duda su nombramiento resultó incómodo para ciertos individuos y segmentos ideológicos y de ahí se desprendió una “estrategia” de ataque en redes sociales y declaraciones a la prensa que derivaron en un evento inaudito donde fanáticos del oficialismo quemaron en la plaza pública del país una efigie de la titular del máximo tribunal del país.
Con lo que que no contaban los exaltados, ardorosos y extremistas seguidores de su líder mesiánico es que ocasionaría un efecto “boomerang”, dinámica que sucede cuando una acción tiene como resultado una reacción opuesta e imprevista que termina afectando a quien la inició.
Y es que la mañana de este jueves el periódico El Financiero publicó una encuesta donde la Suprema Corte de Justicia de la Nación salió mucho mejor calificada que el presidente de la República.
De acuerdo con el estudio, 61 por ciento de las 600 personas entrevistadas a nivel nacional vía telefónica manifestó tener mucha o algo de confianza en la Suprema Corte, mientras que 39 por ciento dijo confiar poco o nada en esa institución. Comparado con la confianza en la Presidencia de la República, que registró 54 por ciento en marzo, la confianza en la Corte es siete puntos más alta.
Según lo publicado en el diario, “estas mediciones se dan en medio de la expectativa en torno a lo que vaya a decidir la SCJN respecto del plan B electoral, pero también ante el tono crítico que el presidente López Obrador ha manifestado respecto a la ministra presidenta de la Corte, Norma Piña”.
Este resultado, por supuesto que ofendió al habitante del Palacio Nacional y a su séquito de defensores que volvieron a activar sus cuentas fake de redes sociales, que abrieron los corrales de sus granjas y que pusieron a cargar sus bots para atacar ahora al periódico El Financiero por su gran osadía y para reiterar que según sus otros datos, el titular de Poder Ejecutivo es mucho más popular no sólo que la presidenta de la Corte, sino que el Papa Francisco, “El Canelo” Álvarez, “El Checo” Pérez y Lionel Messi, juntos.
La reacción de las huéstes oficialistas no sólo era de esperarse, sino que era obligada, sobre todo cuando se trata de defender las bases sobre las que está construída la presente administración: el populismo, entendido éste como el tipo de política que se basa en la promoción de políticas y medidas que agraden a las masas, en lugar de seguir principios y políticas coherentes y fundamentadas en evidencia.
No podemos negar que desde que asumió la presidencia en diciembre de 2018, López Obrador manifestó buenas intenciones en muchos aspectos relacionados con su propuesta de gobierno, entre ellas, la eliminación de los privilegios de la élite política, la lucha contra la corrupción y la reducción de la brecha económica entre ricos y pobres; además de programas sociales como becas para estudiantes y pensiones para personas mayores.
Sin embargo, el enfoque populista y su estilo de liderazgo basado en la retórica y la emoción, en lugar de la evidencia y el razonamiento, ha orillado a los mexicanos a elegir entre dos bandos: “chairos” contra “fachos”, ricos contra pobres, “liberales” contra conservadores”. Y en el colmo de la polarización, quienes están con él y quienes están contra él.
En poco más de cuatro años, López Obrador ha sido criticado por su tendencia a centralizar el poder y tomar decisiones sin consultar a otros miembros del gobierno o de su partido. Esto ha generado preocupación sobre la falta de contrapeso en el poder y la debilidad de las instituciones democráticas en México. Y principalmente por querer acaparar el control de instituciones autónomas e independientes como el Instituto Nacional Electoral e incluso la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
El populismo de López Obrador ha generado opiniones encontradas. Por un lado, sus políticas sociales han sido bien recibidas por muchos mexicanos por tratarse de la repartición de dinero, pero su discurso anti-corrupción ha ido perdiendo popularidad, además de que su enfoque retórico y emocional ha provocado el debilitamiento de las instituciones democráticas en México y la división de la sociedad.
En la antigua China, el filósofo Confucio ya hablaba de la importancia de tratar a los demás con respeto y compasión, y de evitar imponer la propia voluntad de manera autoritaria. Según Confucio, esta actitud generaría una reacción negativa por parte de los demás, lo que a su vez generaría conflicto y discordia. En otras culturas, como la india, el budismo también enfatiza la importancia de tratar a los demás con amor y compasión, y de evitar el egoísmo y la arrogancia.
Si bien el efecto boomerang no fue devastador para el presidente de la República, sí nos demuestra una vez más que las actitudes autoritarias terminan generando el efecto contrario al deseado.