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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

Como en las mejores épocas del presidencialismo fuerte, López Obrador se ha metido de cabeza en la elección, en una muestra clara de que se juega el aval a su proyecto para el resto del sexenio. El Presidente no quiere que las urnas hagan retroceder o frenar las reformas y obras de su gobierno, a pesar de que Morena encabeza las preferencias para el Congreso y la mayoría de las 15 gubernaturas. Toma el riesgo de incendiar el proceso con litigios que conducirán a los tribunales bajo la coartada de impedir el fraude electoral, pero la intervención directa denota desconfianza de un lobo solitario de Palacio Nacional en la capacidad electoral de su partido.

El principal estratega de Morena es el Presidente y las decisiones clave de la campaña se toman en Palacio Nacional. Solo, en un pequeño círculo, lejos del partido. Marcar línea desde la mañanera no ha sido suficiente para movilizarlo. Al pasar a la acción no le queda más que aceptar, sin rodeos, su intromisión, con la excusa de cumplir con la responsabilidad de atacar la corrupción, como si el árbitro y órganos electorales locales no existieran. Para borrar sus ámbitos de competencia se vale del brazo de la FGR y la UIF, que, en “nado sincronizado”, con sus denuncias pone bajo sospecha a sus adversarios políticos, ahí donde no despegan sus candidatos y puede perder, independientemente de la responsabilidad de perseguir el delito.

Uno de los casos más notables es Nuevo León. La carrera para la gubernatura le interesa mucho —como supimos de la infidencia de la senadora morenista María Merced González— por tratarse del enclave del Grupo Monterrey, con fuerza para descarrilar su proyecto si rompe lanzas con la 4T. La candidata de Morena a la gubernatura, Clara Luz Flores, parecía la llave de entrada, por sus vínculos con la élite regia, a un estado en que el poder económico siempre ha plantado cara a los presidentes, pero se desplomó en las encuestas tras mentir sobre un video en que aparece con el líder de la secta NXIVM, Keith Raniere. Es el estado al que endereza su batería de ataques, desde la denuncia en las mañaneras hasta investigaciones de la FGR contra los punteros de la oposición, Samuel García y Adrián de la Garza, a cuatro semanas del 6 de junio.

La baja en los sondeos del apoyo a los candidatos de Morena en NL y otros siete estados parece que lo convenció de la intervención directa, porque no es suficiente una estrategia basada en su popularidad, pero sin el líder en campaña o sólo con menciones como “estamos al 100 con YSQ”, para asegurar el Congreso. Así ha ocurrido también en otros casos como Tamaulipas, donde legítimas investigaciones de la justicia, como al gobernador García Cabeza de Vaca, se ensombrecen por ocurrir en medio de la veda electoral. Todas estas batallas revelan la impotencia del Presidente por el desempeño de Morena, al que las luchas intestinas por la dirección y las heridas en la selección de candidatos dejaron muy por debajo de las expectativas de su líder máximo. Ni siquiera ha logrado agitar la campaña con la consulta sobre el juicio a expresidentes, el próximo 1 de agosto, que López Obrador ha empujado como el crisol de su discurso contra la corrupción y el conservadurismo del pasado.

La desesperación por la desmovilización de su partido lo lleva a irrumpir en la escena electoral porque, además, no advierte mayores costos legales y políticas de sanciones del INE o el TEPJF. A lo más, alguna denuncia, como la que interpuso Adrián de la Garza ante la OEA por intromisión en el proceso, que algún precedente internacional dejará. Pero desde el inicio de la campaña ha desafiado con declaraciones la veda electoral sin recibir algo más que un apercibimiento o la orden del INE de borrar contenido de las mañaneras por ser propaganda electoral. Si escalaran las sanciones, el control del Congreso lo blinda de acciones o represalias políticas.

La intervención del Presidente revela que el vehículo que lo llevó al poder en 2018 tiene averías en la marcha o, dicho en sus palabras, que no está a la altura de su proyecto de transformación, en una elección en que no estará en la boleta, a diferencia de hace tres años en la elección presidencial.