COMPARTIR

Loading

NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

El retroceso de la oposición en los estados deja el monopolio de la sucesión en manos del Presidente, que de inmediato aprovecha para poner en marcha la campaña hacia el 2024 con el banderazo oficial a los aspirantes de Morena. Como les ocurrió en 2018, los partidos del bloque opositor reaccionan poco, lento y mal al revés electoral por la desconexión de sus dirigencias y el temor de perder el control si abren un debate sobre sus cargos y estrategias. La oposición parece sufrir un cierto tipo de confinamiento, no el derivado del covid, sino por los efectos de un cerco territorial cada vez más estrecho. En 2022, la votación de todos los partidos ha caído: el PAN, al nivel que tenía en 2009; el PRI, desde gobernar 14 estados a conservar sólo dos, y el PRD, incluso con la pérdida de registros estatales.

Aun con los malos resultados, se empeñan en la misma línea y responden con desplantes optimistas que hablan de evadir responsabilidades y de la incapacidad para examinar estrategias a las que se aferran sus dirigencias para sostenerse en el cargo. Al debate y la crítica le rehúyen porque es hacerle el juego a Morena y la pretensión de dividir una oposición que, junta, suma derrotas. Sí “hay tiro” para 2024, advierten para convencer de que el frente contra el gobierno es la única opción para resistir al autoritarismo en tiempos de anormalidad democrática, a pesar de que su debilitamiento procede de las urnas.

Las últimas derrotas en 4 de 6 estados muestran que su fórmula contra el “lopezobradorismo” no consigue resistir su avance, entre otras razones, porque sus líderes no pasan la prueba del ácido y huelen más al pasado, del que quisieran deslindarse, que a la esperanza de futuro para recuperar la bandera del cambio. Sus dirigentes se parecen más a las viejas prácticas del privilegio y el control de los partidos por sus cúpulas que a la imagen de defensores de la democracia que pretenden dar para posicionarse electoralmente. Una narrativa que difícilmente encaja con dirigentes entronizados en el cargo desde hace más de una década en el PRD o acusados de desviación de recursos en redes inmobiliarias, como Alejandro Moreno, que evoca a los gobernadores del “nuevo PRI” de Peña Nieto. ¿Del silencio de la dirigencia del PRI o de la batucada en el PAN para celebrar la derrota pueden salir nuevas opciones como comienzan a demandar al interior de sus partidos?

Prefieren culpar de sus fracasos y reivindicar sus éxitos, como en la CDMX o en el Congreso en 2021, como una batalla heroica contra la elección de Estado, sin detenerse a valorar la representatividad de sus candidatos como una de las causas del elevado abstencionismo. La oposición no tiene candidatos claros porque la lógica de sus dirigencias se ocupa de sumar fuerzas, a pesar de que los resultados muestran que, en política, hay sumas que restan. Una de las más cuestionadas adiciones desde el PAN, por ejemplo, pedir el voto junto con el PRI, mientras el partido se extingue o sus cuadros se reagrupan en Morena.

El resultado es que optan por minimizar las derrotas para no descomponer la ecuación aliancista, a falta de otra estrategia. Que en contraposición se prepara para iniciar una campaña hacia 2024, que tendrá bajo los reflectores a las “corcholatas” destapadas en una larguísima pasarela por todo el país. En efecto, el oficialismo toma la delantera una vez más a una oposición que apuesta todos sus cálculos a sumar siglas; o que confunde el funcionamiento de los bloques legislativos con los electorales, aunque en ambos casos los justifique en la necesidad de enfrentar al partido de Estado. La fórmula parece desgastada, pero su continuidad lo prueba el hecho de que la principal preocupación sea vencer las resistencias de Movimiento Ciudadano, aunque su último papel en las urnas fue irrelevante.

La carrera hacia el 2024 está abierta, pero la oposición no ha llegado al tiro…