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Número cero/ EXCELSIOR

La declaración del presidente López Obrador acerca de que el neoliberalismo en el mundo impulsó los derechos humanos para tapar el “saqueo a sus anchas”, perturban y avivan otra vez la polémica sobre su talante democrático. Pero sus críticas a nuevos derechos del feminismo o el ecologismo, cuando aún escuecen anteriores contra la UNAM, no son nuevas ni pueden llamar a sorpresa de nadie. El eje del discurso político de su proyecto de la 4T es poner la idea del “pueblo bueno” en el centro y desplazar la idea de pluralidad como mascarada de la corrupción del pasado. Lo que sí es sorprendente es la debilidad de la oposición para defender ese valor como si, en efecto, se hubiera desgastado por lo que ocultaba o disimulaba.

La puesta en duda de esas causas y la insistencia en su reemplazo por “el pueblo”, lo convierte en un término simbólico de combate ideologizado. La palabra es su principal arma para generar una nueva hegemonía y cambiar el rumbo de las instituciones, aunque sus dichos parezcan un “total desquiciamiento”, como le reclamó HRW por su declaración, o la táctica para acallar al pensamiento diferente.

Qué entender por esta categoría constante en el discurso presidencial, que usa para oponer a una minoría de privilegiados que había conseguido ocultarse en la diversidad. Esto es lo que significa el “pluralismo” para él dentro de su cruzada contra las expresiones de desigualdad social y corrupción de mayorías excluidas por los gobiernos de la “partidocracia”, que se legitimaban con ella sin atacarlas. De poco sirve para comprender la realidad, incluso tiene un sabor viejo de la lucha de clases, pero es un discurso que consigue antagonizar para apelar a miedos, odios y prejuicios capaces de movilizar el resentimiento amenazante y desestabilizador.

A pesar de que “el pueblo” como concepto haya declinado hace mucho en el mundo, con gobiernos como el de la 4T y otros ha logrado relanzarse en el lenguaje político frente a la concentración de la riqueza en el planeta, la persistente violación de derechos humanos, la violencia contra la migración o la destrucción del medio ambiente. El declive del neoliberalismo arrastra valores como los que hay en los nuevos derechos, aunque sólo da lugar a una forma de discurso de desagrado contra las élites y amistad con los pobres. Aun así, su impacto en nuestro país deja una prueba con alto grado de dificultad para una oposición incapaz de generar una nueva narrativa frente al discurso hegemónico de la 4T.

Mucho le ayuda que la disputa por la agenda del debate provenga de minorías políticas que se beneficiaron de la alternancia en el poder para enriquecerse a través de redes de corrupción como la de Odebrecht que, como ahora sabemos, salpicaron no solamente de Peña Nieto, sino también de Calderón. En gobiernos que enarbolan la pluralidad no atajaron la crisis de derechos humanos por la violencia y la impunidad ni contener realmente la desigualdad. Menos aún le sirve a la oposición que los portavoces de la crítica “civil” sean rostros del privilegio como los empresarios Gustavo de Hoyos o Claudio X. González, que además amenaza con la revancha a una lista de adversarios.

Pero mucho más importante es que el desgaste del “pluralismo” sea reflejo del debilitamiento de una oposición que, ya sea por miedo o culpas del pasado, “atrincherada” en su propia defensa ante la persecución del gobierno contra la corrupción. Temerosa que el escándalo la alcance o de la justicia selectiva del “populismo penal” que, al menos parte de ella, han apoyado con la ampliación del catálogo de delitos graves, sanciones más elevadas y la prisión oficiosa. Justifica su desaparición por el “linchamiento” y la aplicación de esa Justicia, pero en su contra, aunque sin buscar revertirla. Ven en su uso político por ejemplo contra Rosario Robles o el desafuero a Cabeza de Vaca el mensaje inhibidor del poder a movimientos como la alianza federalista o la defensa de la pluralidad de derechos de la ciudadanía. El mayor problema de la oposición es que de haber representado el avance de la pluralidad como crisol de la democracia, ahora ese vestuario le queda grande para defender la diversidad real de la sociedad mexicana y que hace mucho no cabe en la uniformidad tan general como vaga del “pueblo”.

Jbuendia@gimm.com.mx