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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

Las elecciones más grandes de la historia del país en 2024 también serán las últimas con el actual mapa de partidos políticos y su elenco de dirigentes. Hay poca incertidumbre sobre la repetición del gobierno de Morena, pero muy alta para saber cuáles las fuerzas opositoras sobrevivirán el Rubicón de las urnas. La probabilidad indica que el sistema de partidos ya no sea el mismo después de junio próximo.

Las fuerzas tradicionales que dominaron la competencia las últimas dos décadas ya no aguantan sostenerse en el mismo derrotero. Se habla de riesgos para el futuro democrático, pero su mayor desgaste está en el sistema de partidos, las formas de acceder y distribuir el poder, entre cúpulas corruptas y amasiatos viciados, como revela el acuerdo en Coahuila para repartirse candidaturas con el que el PRI y el PAN sellaron la alianza opositora y designaron a Xóchitl Gálvez como su candidata presidencial. Además de una lucha por la dominación de dos proyectos en liza, que no había en la época de la partidocracia.

El sistema había quedado muy tocado por el voto indignado que castigó al PAN, PRI y PRD en 2018. Pero su caída se agravó sin autocrítica de la derrota hace seis años. Sin esa revisión, erraron en el diagnóstico del triunfo “obradorista” y reeditaron la estrategia de alianzas cupulares de derecha e izquierda que usaron, primero contra PRI, y luego para enfrentar a Morena, ahora con los priistas en la valija opositora. Les resultó que centrar el ataque contra López Obrador no ha hecho más que apoyar su alta popularidad hasta el final de su mandato; y tener una desventaja casi imposible de revertir con la candidata presidencial de Morena.

El relevo de dirigencias mediocres en la oposición aceleró el desgaste. La lógica del reparto de cuotas del poder compartido abrió paso a cúpulas que renunciaron a la política con tal de mantener cotos de poder. Los liderazgos fueron desplazados por burócratas que se hicieron del control de las maquinarias electorales, e hicieron de la política un negocio para transar espacios en el poder judicial, órganos autónomos y otros.

Una anormalidad de esta elección es que la incertidumbre democrática no sea tanto el resultado como la interrogante sobre los partidos que seguirán vivos al día siguiente de los comicios. Es entendible el “encabronamiento” de Xóchitl por el lastre de las prácticas mercenarias de las dirigencias del Frente, que no sólo ahogan su campaña, sino le restan legitimidad. Carga con su descrédito, pero con su esfuerzo apuntala la permanencia de los dirigentes del PAN, Marko Cortés, y el priista Alejandro Moreno, sembrados por ellos mismos en los primeros lugares de las listas para el Congreso.

La pelea por las candidaturas en Coahuila, inevitablemente, enseña las tripas de sus acuerdos. Un regalo que López Obrador no desaprovecha para exhibirlos como farsantes y simuladores. La publicación de la negociación en las redes de Cortés le sirve de prueba documental de prácticas “mafiosas” como el que recibe el parte médico para hacer un acta de defunción. La ventilación del conflicto fisura la confianza dentro del bloque.

La decadencia de la oposición abre perspectiva de remodelación del sistema de partidos después de los comicios. Aunque ni siquiera el Presidente puede saber de cierto que pasará con el suyo cuando él ya no esté en el poder. Paradójicamente, el más que posible triunfo de Morena tampoco será suficiente para conocer su futuro y la forma que tomará el proyecto “obradorista” porque, sencillamente, es una obra de autor y la interpretación en suya. La adaptación en un segundo gobierno morenista es una interrogante, porque el mosaico heterogéneo de grupos que lo conforman tiene como principal punto de encuentro su liderazgo y una prioridad genérica por los pobres más que una comunión ideológica.

De fondo, la crisis del sistema de partidos es la falta de proyecto político. En el Frente, por estar atrapado en la vieja política y en un modelo que colapsó en 2018, aunque sus dirigencias apenas se dan cuenta. De lo “nuevo” en política ni hablar porque, como dice el gobernador Alfaro sobre su propio partido, MC, es una idea “para disfrazar lo absurdo y la banalidad” o su sustitución por la mercadotecnia política. Y finalmente, en Morena, por las incertidumbres sobre las definiciones de su proyecto de izquierda del próximo gobierno.