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Llovió como suele llover. Ante la tragedia, y para enfrentar la emergencia, la autoridad federal y local recurrió a la mejor de sus armas: la falacia como instrumento narrativo.
Cinco entidades padecieron la contingencia meteorológica. La evaluación no favorece al gobierno y, al momento de escribir este artículo, más de 70 personas han fallecido y decenas siguen desaparecidas. Las poblaciones afectadas se quejan de que no recibieron aviso del temporal ni, hasta ahora, el auxilio suficiente para regresar a la normalidad.
En el sexenio pasado, López Obrador, imprescindible en toda tragedia y falsa epopeya nacional, se propuso cambiar de régimen y de pasada cumplir sus fantasías. Convencido de que todo pasado fue peor, e ilustrado por los viejos pasquines que mal leyó en su inestable formación universitaria, determinó profundos cambios presupuestales. Igual construyó un tren inútil que una refinería inoperante. Dos billones de pesos al año representan el costo de su errónea idea de política pública. La mitad de ellos se tira a la basura entre obras fallidas y el rescate a PEMEX y CFE.
Bajo el grito de guerra: “eso cualquiera lo hace”, y la sesuda reflexión: “es preferible la lealtad a la competencia”, el gobierno se llenó de inútiles, improvisados e ignorantes. La tormenta se completó cuando retiraron, a diestra y siniestra, recursos de programas e instituciones bajo la premisa de que todo se perdía en corrupción.
En tres de los estados siniestrados falló todo, y la explicación nos conduce a temas de carácter estructural. En un afán de cambio, donde se mezcla odio y revancha, se desmontó lo mucho o poco que existía. Sin estudio previo, se canceló el Fondo Nacional de Desastres, un fideicomiso que guardaba recursos para las contingencias y en el cual las reglas de operación permitían desde su uso inmediato hasta la reposición de infraestructura de gran calado a mediano plazo.
Para agudizar la crisis, los noveles funcionarios incumplieron con la legislación de la materia. No hay registro, en lo que va del sexenio, de la instalación del Consejo Nacional de Protección Civil y, menos aún, de la expedición del programa rector del sector. Por otro lado, el centralismo que inauguró Obrador tiene, con una mano adelante y otra por detrás, a los gobernadores y alcaldes. A ello se agrega el descuido en la organización y funcionamiento de las instancias locales de protección civil, esenciales para alertar a la población y disponer la respuesta inmediata.
Hidalgo es ejemplo de la patética actuación de las autoridades. Las redes sociales del gobierno estatal y de los municipios delatan la indolencia y hasta la frivolidad de los servidores públicos. La entidad tiene el mayor número de personas fallecidas y desaparecidas.
Muy pronto, el gobierno federal entregará dinero a los damnificados para paliar su enojo, pero los dejará en el abandono ante sus necesidades colectivas y profundas.
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