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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

López Obrador va en ruta a la segunda mitad de su sexenio con promesas incumplidas que lo llevaron a su triunfo arrollador en las urnas en 2018. La más ambiciosa, forjar un cambio de régimen, como una revolución comunicativa que represente un antes y un después en el país. En esa expresión de voluntad ha puesto toda su energía discursiva, como el oficio del corrector de libros que desarrolla una tarea significativa y compleja del proceso de un manuscrito hasta salir de la imprenta. Es en las galeras de edición donde muchas obras quedan varadas, inconclusas o corregidas hasta refutar la versión original.

¿Hay un cambio de régimen? Llevar a cabo un balance de su gobierno es difícil porque la propaganda y polarización oscurecen el juicio. Muchas de las críticas parten aún de preguntarse por el triunfo del candidato más opuesto a los intereses de la élite económica y política. Hurgan en explicarse por qué nadie pudo frenarlo, aunque ahora sin el poder de reescribir o cambiar la historia. Y se conforman con labrar el vaticinio de un sexenio dedicado a revertir las reformas estructuras de los últimos 30 años y la destrucción de instituciones que heredará un futuro incierto. No lo creo así, el pasado era insostenible y verdadera fuente de inestabilidad.

Pero dentro de la 4T también desconocen el manuscrito del cambio porque trascurre en la cabeza del editor, el único que tiene el relato. Prefieren confiar en que a la historia les dará la razón tras vencer resistencias y obstáculos del camino. No son capaces de analizar propios errores si el editor notifica que el país “va bien”, aunque no crezca ni reduzca la pobreza o la inseguridad. Las incongruencias de la realidad las dejan en manos del corrector presidencial, que tiene el control político a pesar de la pandemia, recesión económica y el desgaste del gobierno, en buena medida, gracias al oficio de controlar la verdad con sus “propios datos”.

El Presidente lleva el guion con un discurso radical y confrontativo, que usa para convencer de que un pasado ominoso quedó atrás y nunca volverá porque el país ya cambio, pero sin decir en qué consiste ni ofrecer detalles de la mutación. Con su narrativa, crea a diario ritos y símbolos, como presentar la detención del exjefe policiaco Luis Cárdenas Palomino, acusado de tortura, como prueba del fin de la época del Estado violador de derechos humanos, sin explicar la persistencia de matanzas y aumento de homicidios; de presentar el desabasto de medicinas como prueba de la lucha antimonopolios, de las protestas como meras resistencias de los enemigos o de medidas económicas conservadoras como ejemplo de responsabilidad gubernamental.

El relato presidencial proclama el fin de la corrupción, del influyentismo y del abandono de los pobres con la eliminación de intermediarios en la comunicación con el “pueblo” y transferencias monetarias a los beneficiarios, pero el trabajo más complejo del editor es reescribir la historia todos los días cuando los diagnósticos no empatan con las soluciones en un país que no es tan distinto al de antes: los mismos rostros de sus élites económicas, los integrantes de su vieja clase política y los balazos queman su política de abrazos para la pacificación, a pesar de que el país profundiza la militarización. ¿Es esto cambiar un régimen?

Borrar de un plumazo los hechos que marcan la vida de un país es un trabajo casi imposible, no así tergiversarlo. Por eso, la prioridad de su gobierno ha sido, ante todo, mantener el monopolio de la verdad y disputar la interpretación de los hechos a la crítica. Como el editor, necesita conservar el manuscrito del cambio para reescribirlo en el camino con alternativas sobre la marcha que persuadan de la firmeza del rumbo. Hay que trabajar en el texto si la realidad refuta las promesas, buscar nuevas tramas y culpables si el pasado no se extingue con saliva. Es una tarea ardua en la que el corrector comienza a dar muestras de cansancio y desgaste, natural al ejercicio del poder, pero también a la aparición de límites de una función que pareciera sencilla, pero no lo es: cotejar un manuscrito con el libro de la realidad.

            *Muchas gracias por la lectura, esta columna
            tomará un descanso para estar de vuelta
            con ustedes el próximo 22 de julio. Hasta entonces.