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Durante su primera visita a México, del 24 de febrero al primero de marzo de 1975, sin pro ponérselo, la soberana inglesa modificó la vida de los habitantes de Olinalá, un pueblo de la Sierra Madre del Sur, escasamente comunicado, al detonar la construcción de una carretera de aproximadamente 35 kilómetros, que la incorporó a las principales localidades de Guerrero

Como casi todo el mundo, Francisco Chico Coronel Navarro –desde su casa-taller en Olinalá–, ha seguido con interés las exequias de la Reina Isabel II, que este martes fue sepultada en la Cripta Real de la Capilla de San Jorge, del Castillo de Windsor, en Londres. Sin embargo, él lo ha hecho con particular deferencia, porque, aunque no tuvo la oportunidad de conocerla en persona, fue el artífice que elaboró la colección de 40 piezas artesanales con las que el gobierno mexicano deslumbró a la soberana y a sus acompañantes.

Hoy, a casi medio siglo de esa visita de Estado, muy pocos podrían intuir el vínculo que estos presentes reales –exquisitamente elaborados con madera de linaloe y laminados con hojas de oro y plata, entregados a la reina por el presidente Luis Echeverría y su esposa María Esther Zuno–, tuvieron entonces con Olinalá, cuyo nombre en náhuatl significa “tierra en movimiento”.

La famosa localidad de aproximadamente 30 mil habitantes y clima cálido, asentada en un valle cubierto por grandes montañas –que tampoco ha escapado al clima de inseguridad y violencia que prevalece desde hace varios años en Guerrero–, comprende más de 700 kilómetros cuadrados. La mayor parte de sus habitantes son artesanos y comerciantes, pero otros aún se dedican a la ganadería y la agricultura o han emprendido, como muchos mexicanos nacidos en estas tierras, el exilio involuntario hacia Estados Unidos, por falta de empleo.

Vista de Olinalá, Guerrero, Foto © Norma Inés Rivera

Gutierre Tibón escritor italomexicano –uno de los primeros antropólogos e historiadores en visitar el lugar y que publicó Olinalá, un extenso ensayo sobre la población y sus habitantes–, relató en 1960 las grandes dificultades para llegar hasta allí. Con anterioridad, veinte años antes, Gerardo Murillo -el Doctor Atl-, había arribado vía terrestre, a fin de conocer personalmente la técnica centenaria con la que los artesanos locales realizaban sus trabajos de madera y laca, en las que predominan coloridos animales –entre ellos tigres, pájaros y conejos coludos¬–, y flores mexicanas.

Desde Chilpancingo ¬–a bordo de un avión monomotor–, Gutierre Tibón se convirtió en el segundo pasajero en arribar a la población, por vía aérea.

“Han pasado veinticuatro minutos desde el despegue en Chilpancingo. Veinticuatro minutos que corresponden a veinticuatro horas de viaje a caballo: tres jornadas de ocho horas, y bien caminadas, por los estrechos senderos de la serranía. El campo está desierto. La manga de aire cuelga inerte: no hay un hilo de viento. “¡Hasta el martes, capitán!”. Manuel Gómez Méndez ya está tomando altura, mientras yo, maleta en mano, me dirijo al pueblo pasando por los surcos polvosos de los huamiles. Saludo al avión agitando mi sombrero de paja, y él me contesta con un doble movimiento de las alas: algo inesperado, que me deja con una sensación de gratitud y de alegría”, escribió el antiguo inventor de máquinas de escribir, autor de 33 libros y quien fue galardonado en 1987 con el premio internacional Alfonso Reyes.

“Por fin, al cabo de desearlo durante veinte años, estoy en la capital de la laca mexicana, el último reducto de una gran tradición de artesanía prehispánica. El prodigio de Olinalá es que aquí, en este aislado pueblo del estado de Guerrero, más de dos mil artífices se dedican a decorar jícaras y bules, bateas, arcones y cajitas, con la técnica antigua” –reseñó.

“Hoy es día de mercado. Venden maíz blanco y también uno morado, muy hermoso, que llaman isigüini, chiles de Temalacacingo, de gusto tan exquisito me dice la marchanta, que los olinaltecos de la Capital lo piden a sus paisanos como si se tratara de algo único e insustituible; frijol negro de Ahuacatlán, de sabor también muy especial, que se licua en la boca como mantequilla y tiene el pellejito delgado como pétalo de flor; huevo acabado de poner, a treinta centavos; plátano roatán de la Cañada: limones reales y limas gigantescas de las huertas locales y un frutito acídulo, la guayabilla, que en otras partes llaman arrayán” –describió quien fuera miembro honorario de la Academia Mexicana de la Lengua y falleciera en Cuernavaca, en 1999, a los 94 años de edad.

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A Chico Coronel, le escucho hablar de manera sencilla, franca, sin falsas vanaglorias. Se refiere a la construcción de la carretera, como un evento fortuito. Sin embargo, este hombre originario de Olinalá –que el pasado 4 de junio cumplió 81 años y en 2007 obtuvo el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en el área de Artes y Tradiciones Populares–, sabe que si bien su participación en esa obra que impulsó el desarrollo de su comunidad fue circunstancial, el accidentado e inesperado suceso que vivió –previo a la entrega de sus obras en la antigua residencia presidencial de Los Pinos–, resultó fundamental.

El célebre artesano guerrerense. Foto © Archivo personal Francisco Coronel

No sólo posibilitó que el presidente Echeverría mostrase a la monarca europea las relevantes artesanías elaboradas en esta zona del país, sino impulsó su empeño por construir mejores vías de comunicación en pequeños poblados, como fue el caso de Olinalá. Por lo menos, su lema “Que sólo los caminos queden sin sembrar” trascendió las posturas demagógicas habituales en todo gobierno.

Y en medio de la conversación, Coronel Navarro rememora la entrevista sostenida con la periodista Norma Inés Rivera, de Gentesur/La revista de México, en la que reveló que fue Carlos Espejel –entonces director del Museo Nacional de Artes e Industrias Populares, quien lo localizó a mediados de los años 70s, a petición de Echeverría, luego de que este visitara un museo donde le habían mostrado unas charolas de madera de Olinalá, laqueadas y aderezadas con hojas de oro.

–Le agradezco a Espejel todo su apoyo, pero también me impulsó mucho el sociólogo y escritor Carlos Romero Giordano, que falleció hace tiempo. Él fue igualmente un personaje muy cercano en la presidencia de la República –me dice.

Espejel –reconocido por su profundo apego a las artesanías mexicanas y devoto de las producidas en esta región de Guerrero–, consideró que la zona estaba ya catalogada como “el centro laquero de mayor importancia en el continente americano, no sólo por el volumen y el valor de su producción, sino también por la belleza de su obra y por la extraordinaria técnica de su manufactura, que ha permanecido intacta a través de los siglos” y detalló los procesos ancestrales que la han hecho popular.

“En este lugar –aseguró el estudioso fallecido prematuramente en 1982, a los 55 años–, se producen dos tipos de laca: la rayada y la dorada. La primera consiste en dos capas de pintura de distinto color aplicadas una sobre otra. Cuando la primera capa, que sirve de fondo, está seca, se aplica la segunda, y sobre ésta, cuando todavía está fresca, se raya el dibujo, utilizando para ello una espina vegetal inserta en el cañuto de una pluma de guajolote. Posteriormente se elimina la pintura sobrante para descubrir el fondo y hacer que resalten los dibujos, con motivos florales y animales.

“La laca dorada es una capa de pintura sobre la que se pintan al pincel abigarrados motivos florales de distintos colores. La parte más interesante del dorado, llamado así porque la decoración antigua ostentaba finos calabrotes de oro en hoja, estriba en las pinturas, semejantes al óleo, que se preparan en Olinalá por los propios artesanos con una técnica antiquísima que en otros sitios ya se ha perdido y en la cual interviene el chámete o aceite recocido de chía o de linaza, como secante”, expuso en su texto el destacado sociólogo,  también autor del libro Olinalá, publicado en 1976, que forma parte del acervo de las bibliotecas más importantes del mundo.

Me dice Coronel Navarro:

–Al aproximarse la visita de la Reina Isabel y su esposo, el príncipe Felipe de Edimburgo, me solicitaron elaborar varios trabajos en hojas de oro y plata para ellos y sus acompañantes. En Olinalá nadie conocía esa técnica, ni tampoco yo la dominaba por completo. Sin embargo, gracias a la paciencia y las enseñanzas de mis padres, José Coronel Rodríguez y Guadalupe Navarro González, y particularmente de mis abuelos, Trinidad Coronel Guerrero y Andrea Rodríguez Apresa –quienes desde que yo tenía unos 7 años me instruyeron sobre la técnica del lacado y cómo laminar el oro–, me puse a trabajar, porque debo decir que no tuve estudios y ni siquiera terminé el primero de párvulos, o como dicen ahora, de kínder.

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Durante la charla con la periodista Norma Inés Rivera, Francisco Coronel confió incluso que echaba mano de pelos de gato y plumas de guajolotes para fabricar los pinceles con los que decora sus cajas, la cuales se elaboran con madera de linaloe traída de Ixcamilpa, Puebla, ya que en Olinalá no queda mucha para cubrir la demanda.

Hasta hoy, es el único artesano que continúa utilizando el linaloe original y sus creaciones están avaladas por su firma al calce, la cual comenzó a estampar a partir de 1975, por recomendación del presidente Luis Echeverría. Los demás usan madera de pino, copal o ayacahuite, impregnada con esencia de linaloe, para darle su característico aroma.

“Tengo un carpintero que nos entrega las cajas un tanto en bruto y aquí se reclavan y se curan para protegerlas contra la polilla. Es un proceso muy largo, de al menos 20 días; después se resanan y afinan con una garlopa. Una vez que ya están lijadas y pulidas, se fondean con una base negra y se dejan otros 15 días secando. Luego empezamos a prepararla para su decoración, en la que tenemos extremo cuidado.

“Cuando se decoran, primero se hace el rameado, que es pintarlas todas de verde y luego se florean. Yo me salí de lo tradicional, porque los indígenas originalmente no pintaban flores, sino jaguares y los diseños que yo hago surgen completamente de mi imaginación. Todos los dibujos son a pulso y puedo sacar cualquier paisaje. Ese es un don que Dios me dio.

“Elaboro mis pinceles con pelos de animal; estos deben cardarse muy bien, quedando solamente unos cuantos, los que ato con un hilo y después encajo en la caña de la pluma, bien sujetos a una pequeña vara. He conocido a muchos pintores famosos, que me han regalado pinceles muy finos, pero que no sirven para este trabajo. Por eso yo mismo fabrico los que necesito, así como también mis pinturas, que elaboro con materiales naturales como la cochinilla para el color rojo; el zumpantle, para el amarillo; el azul lo obtengo del añil y el blanco, del teziscalte, aunque ahora se emplea mucho el blanco de zinc.

“Todo es artesanal, hecho completamente a mano y claro, esto lleva su tiempo. En una pieza de hoja de oro o plata, me puedo tardar hasta un mes. En ocasiones lo uso como fondo y luego pinto encima. Son trabajos muy delicados que se hacen completamente a mano, diferentes a los que hacen los rayadores, que los trabajan con moldes sobre la madera y se calcan. Incluso, mis piezas pueden hasta lavarse

“Cuando se quemó el Museo de Artes Populares –que se ubicaba frente a la Alameda en la Ciudad de México–, me llamaron porque mis piezas estaban negras. Les contesté “échenles jabón y si se maltratan se las vuelvo nuevas. Y esto es posible, porque todos los materiales se revuelven con aceites minerales y aceite de chía, un componente muy caro, pero que vale la pena. Para las cajas de hoja de oro o plata se usa oro de 23 kilates y medio y plata auténtica, de la mejor calidad, para que no se ponga negra. Esa es la gran diferencia en el trabajo”.

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Al cuestionar al artesano cómo surgió la tradición del laqueado, que ha dado fama a Olinalá, responde que “ésta se remonta a los tiempos en que llegaron los españoles a México, con los costureros que fabricaban los indígenas y que empezaron a decorar para regalarlos a los visitantes distinguidos y allí aparecieron los baúles, pero la artesanía en sí, ya existía”.

Carlos Espejel señaló que “durante la época prehispánica, la técnica de las lacas se extendía a toda Mesoamérica, como lo mencionan diversos textos como el Códice Mendocino y la Matrícula de Tributos, en donde aparecen los nombres de los pueblos que pagaban tributo periódico en jícaras pintadas al reino de Moctezuma”. En la actualidad –además de Olinalá–, en Guerrero se hacen trabajos de laca en Temalacatzingo y Acapetlahuaya; en Chiapa de Corzo, Chiapas y las ciudades de Pátzcuaro y Uruapan, en Michoacán.

Un estudio de la UNAM, auspiciado por la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (CONABIO), y encabezado por David Espinosa Organista, señala que “el linaloe o xochicopal ha sido objeto de uso y explotación por los pueblos de la mixteca de Puebla y la región de la montaña en Guerrero, así como en Colima y Michoacán, con fines ya sean artesanales, terapéuticos o eventualmente industriales. El árbol, crece también en algunas localidades de Morelos y Oaxaca.

“El uso actual más común es la elaboración de artesanías (cajas labradas y laqueadas) que implica el corte de árboles. En combinación con lo anterior, el fomento de la ganadería extensiva menor, promovidos en los 80s, evitaron el reemplazo de las poblaciones naturales del linaloe, ya que las plántulas y renuevos son comidos por los chivos. Debido a ello, hoy en día, cuando se encuentra una localidad de linaloe, comúnmente está compuesta por una gran cantidad de individuos adultos. Por lo que su uso sostenido requiere de un manejo especial”, expone el documento.

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Durante su primera visita a México –del 24 de febrero al primero de marzo de 1975–, sin pro ponérselo, la reina Isabel de Inglaterra modificó la vida de los habitantes de Olinalá. Su reciente fallecimiento da pie a detallar el suceso. Es un tema ineludible con el artesano creador de los presentes que el presidente Echeverría y su esposa, María Esther Zuno le hicieron entrega.

–¿Cuántos regalos elaboró para ella?

–De presidencia de la República me pidieron 40 charolas rectangulares número cinco –de aproximadamente 50 centímetros de largo por 35 de ancho–, un cofre para un rebozo, una batea de un metro de diámetro y 20 jicaritas. Personalmente se los iba a entregar al presidente Echeverría, quien deseaba conocer quién los había hecho. Yo tenía entonces 35 años.

La batea, uno de los obsequios para la soberana inglesa. Foto © Archivo personal Francisco Coronel

–Cuénteme cómo fue ese día en que los iba a entregar en Los Pinos, porque así dio comienzo la parte histórica de cómo surgió la carretera

–A Olinalá originalmente se podía entrar o salir en avionetas. Uno podía viajar Puebla-Olinalá; Cuautla-Olinalá o Chilpancingo-Olinalá. Mucho después entraron los autobuses Flecha Blanca y luego los guajoloteros de Flecha Roja. Para ir a la Ciudad de México, –al Centro, como le decimos nosotros–, cruzando territorio de Guerrero, uno transitaba primero por una brecha que iba hasta Tres cruces. Ahí confluían los caminos que iban hacia Chilapa y Tlapa. La otra, era llegar, vía Puebla.

Ese día, muy temprano, subí con mis piezas a un Flecha Roja que tenía como destino Puebla y luego saldría a México. Pero precisamente esa mañana, por desgracia, se descompuso. Mi mayor preocupación era que yo tenía que entregarle personalmente los regalos al presidente.

Busqué un lugar para hablar por larga distancia a Los Pinos y explicarles lo que me había pasado. Me dijeron que iban a apoyarme y que enviarían una patrulla por mí a Puebla, porque no podía dejar plantado a Echeverría, que quería ver mi trabajo. Así que tomé un camión que sólo iba a Izúcar de Matamoros y de ahí alquilé un taxi a Puebla, donde ya me esperaba esa patrulla. 

De todas formas, llegué tarde a la ciudad de México –ya era casi de noche–, y de inmediato me reuní con quienes ya me esperaban. Muy rápido me hicieron pasar al despacho del presidente. Le expliqué a Echeverría lo que había sucedido y lo del incidente con el autobús; que sobre todo me había retrasado por el mal estado del camino. “¿Por qué no se vino por Chilpancingo?”, me preguntó. Le dije que Olinalá se comunicaba con las poblaciones de Chilapa y Tlapa sólo por una brecha de terracería, cuyo tránsito se convertía en un martirio y que la gente prefería incursionar por otras rutas, que más que vincularlos a Guerrero y al centro, los llevaban a Puebla.

Me hizo muchas preguntas sobre cómo le hacíamos para llegar o salir por ahí. Le dije que a veces la gente sólo podía transitar a caballo o en burros, y rápidamente mandó a llamar a sus colaboradores. Y ahí mismo les dio la orden de que de inmediato empezaran a construir la carretera que va desde Tres caminos hacia Olinalá, lo que me llenó de alegría, y lo comprobamos al poco tiempo; me cumplió.

Echeverría nos abrió la carretera desde ese crucero hasta aquí, en Olinalá, unos 35 kilómetros; la ampliaron y pavimentaron. Fue de enorme ayuda, porque ya podíamos salir en tiempos de agua. También nos apoyó en eso el entonces gobernador Rubén Figueroa, el viejo.

–Seguramente para usted fue muy gratificante que –además de haber contribuido con sus trabajos tan representativos de la artesanía mexicana a la visita de la reina Isabel a México–, les hicieran la carretera

–Sin duda.

–Esos regalos para la reina Isabel, me imagino también le han de haber llenado de orgullo…

–Sí, porque el presidente, que en paz descanse, quería darle a la reina un obsequio diferente, que nunca hubiera recibido en su vida. Y fue por eso que engarzamos la hoja de oro y la hoja de plata, que antiguamente los indígenas trabajaron, incluso mucho antes de la conquista, y dejó de hacerse luego.

–¿Qué ornamentos fueron los que prevalecieron en las piezas que le entregaron a la reina?

–Fueron ramos, flores y pájaros. También hice la selva con los jaguares, pero con imágenes de la tala de los árboles en el campo. Vaya, hasta los palos estaban mochos.

Las cajas, una de las artesanías típicas de Olinalá, obra de Francisco Coronel. Foto © Norma Inés Rivera

–¿Le pagaron bien?

–Pues diría que sí; nos defendimos –dice sonriente.

–¿Y después de esa ocasión, tuvo oportunidad de volver a ver al presidente Echeverría?

–Sí, me recibió otras veces en su despacho. Luego, mi relación se afianzó con su hija Esthercita, que duró 12 años como directora del Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart); nos convertimos en grandes amigos. Pero debo reconocer que fue gracias a su esposa, la señora María Esther Zuno, que las artesanías mexicanas tuvieron gran difusión en todo el mundo; ella les abrió las puertas. Con ellas decoró casi todas las embajadas de México. Luego de los regalos a la reina, empecé a concursar en el entonces Banco de Fomento Cooperativo, donde gané 2 primeros lugares, que nos entregó la propia señora María Esther, en Los Pinos.

El joven artista, con María Esther Zuno de Echeverría. Foto © Archivo personal Francisco Coronel

–¿Tiene usted algunas fotografías de las piezas que hizo especialmente para la reina Isabel?

–Una sola, que apareció en una revista. Eran otros tiempos. No se guardaban imágenes de nuestro trabajo, pero queda la satisfacción de que las hayan apreciado. Me ocurrió lo mismo con otro trabajo mío, que el presidente Vicente Fox le entregó al Papa Juan Pablo II en su última visita a México. Esa ha sido otra de mis grandes satisfacciones.

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Padre de ocho hijos: José, Refugio, María Teresa, Yolanda, Ema, Guillermo, Francisco y Gloria –que procreó con su esposa Ema Herrejón Apresa–¬, y considerado por coleccionistas y sus colegas como el más célebre artesano de Olinalá, Francisco Chico Coronel no piensa aún en la jubilación.

–Hasta donde pueda, continuaré ejerciendo este bello y antiguo oficio, el cual también ya ejercen algunos de mis hijos, que tienen sus talleres propios. En el mío, hoy me apoyan mis hijas Ema y María Teresa –dice– y señala que su contribución a que este arte se perpetúe, ha consistido en enseñarle a media docena de olinalenses, sus secretos.

Admite también que los tiempos que corren no han sido los mejores para Olinalá, “primero, porque con la pandemia de Covid-19, las ventas disminuyeron muchísimo. La vimos muy difícil, porque el FONART prácticamente no hizo compras, al igual que el Museo de las Artesanías y por ahí anduvieron muchos de nuestros clientes regulares”.

Reitera que “hoy, luego de dos años, apenas se está medio componiendo la situación; pero la verdad ha sido un escenario terrible para una población que en su mayoría se dedica a esta actividad. Hemos sido testigos de cómo muchos artesanos cerraron, dejaron sus talleres y se fueron de peones; una muy mala temporada. Dos años muy difíciles para todos” –comenta.

–Podría preguntarle si se ha puesto a pensar qué pasará el día en que el más reconocido y galardonado artífice de Olinalá cese sus actividades a causa de una enfermedad o cuestiones propias de la edad?

Mira, no me preocupa, porque en la familia siempre hemos sido independientes y no me queda duda que mis hijos continuarán con esta bella tradición, seguirán mis pasos y aplicarán muy bien lo aprendido.

Imagen principal: .- El maestro Francisco Coronel en su taller. Foto © Norma Inés Rivera