COMPARTIR

Loading

Número cero/ EXCELSIOR

Los choques políticos se nutren de la acumulación de enfrentamientos coagulados y se precipitan por acciones innecesarias que éstos dejan bajo el impulso del rencor o el ego. Ello es lo que se puede observar de la disputa por la reforma electoral en la marcha contra el plan B de López Obrador, que aprobó el Congreso sin consenso con la oposición, como parte de su añeja y peligrosa confrontación con el INE.

La protesta de hoy es la segunda que llega a la calle como último reducto de sus opositores para frenar la reforma y presionar a la Corte para invalidarla. Tendrá el efecto de profundizar la discordia, encender el litigio en tribunales y nublar el panorama de la institución responsable de organizar elecciones limpias y confiables, en la antesala de la lucha por la Presidencia. ¿Por qué sería conveniente socavar la resistencia de las normas democráticas con el argumento del ahorro, si, como reclama López Obrador, persisten fraudes?

La reforma debilita la capacidad operativa del INE con la reducción del presupuesto y la nómina, y recorta su autoridad para sancionar las campañas electorales que burlen la ley. La necesidad de correr ese riesgo parece el acto de un poder sobrado, que sin un plan para determinar el correcto funcionamiento de la institución aviva, inevitablemente, el temor a una regresión a la época del control gubernamental las elecciones. La decisión, dictada por el Ejecutivo, es políticamente innecesaria para su propio autor por abrir situaciones legales desfavorables en los tribunales y escenarios electorales peligrosas, incluso para Morena, cuando encabeza las preferencias hacia 2024.

Ante los cuestionamientos, la defensa justifica la reforma por el mandato de las urnas en contra del privilegio, el ahorro y el fraude electoral, pero no alcanza para ocultar un enfrentamiento periclitado y su desconfianza hacia los órganos autónomos. Detrás del plan B se ha querido ver la intención de penetrar su independencia, incluso como parte de las tendencias antidemocráticas que recorren el continente, desde Bolsonaro hasta Trump, en ambos casos derrotados a pesar de sus alegatos de fraude.

Pero el conflicto aquí se nutre de un gran resentimiento a causa de la ofensa y daños por el reconocimiento del INE de la elección de 2006, a pesar de las denuncias de fraude. La hostilidad ha crecido por la resistencia del INE a la política de austeridad del gobierno y el protagonismo de sus responsables en la defensa del statu quo del sistema electoral junto con los líderes de la oposición. La liga, finalmente, se rompió con un acto de fuerza tras el fracaso de un primer proyecto de reforma constitucional y bajo el dominio del ego que, como motor en las decisiones políticas, distorsiona la realidad y convierte en adversario a quien conteste sus designios o haga de contrapeso.

La reforma se aprobó como un acto de gobierno dotado de una amplia discrecionalidad para definir su contenido, con la mayoría de Morena en el Congreso. Pero no diluye el conflicto, sino que lo extiende a otros frentes como los tribunales o a mandos legislativos estadunidenses, que ya han salido a reprobar el plan B de López Obrador. Y, con ello, atrae la mirada internacional sobre el peligro de fragilizar al INE para la división de poderes y el futuro de la democracia en el país.

La fuerza del choque ha pesado más que el sentido de las reformas como un boceto “inmisericorde con la realidad”, en palabras de un consejero electoral que llegó al INE apoyado por Morena. Aunque paradójicamente sirve para seguir alimentado el encuentro violento y el enojo de miles que hoy se espera protesten en las calles, aún a riesgo de que ser tachados de defender privilegios y hasta delitos, como el parto innecesario de una reforma que toca la voluntad de todos.

Innecesario también porque ocurre fuera de la senda de lo transitable por la escasa viabilidad para llegar a aplicarse tras ser recurrida en los tribunales, a los que han llegado decenas de demandas y controversias constitucionales. En aras de la confrontación se olvida que lo innecesario es más difícil de cargar a lo largo del camino que el pesado esfuerzo de la prudencia y la autocontención para llegar a acuerdos.

Se olvida que la política es dar forma a los conflictos, no reventarlos o desaparecer a una parte.