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México entra a una etapa donde la política predomina y esto hace olvidar otros temas como la crisis económica que aún se vive y la falta de una estrategia real que nos permita salir de la misma y retomar un camino de crecimiento económico.

Pasados los primeros tres años del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, y como es costumbre entre la clase política y los “opinadores”, el centro de las pláticas, debates y discusiones, se centran en la sucesión presidencial, algo que favorece principalmente al político de Macuspana, Tabasco.

Desde hace meses, al hablar sobres sus “corcholatas”, López Obrador ha utilizado a estas como un importante elemento para desviar la atención de los mexicanos en asuntos más importantes, como sigue siendo la crisis económica, con niveles altos de inflación, falta de empleo y los existentes bajo un manto de precariedad en sus remuneraciones que ha llevado a más de la mitad de la población a caer en los diversos niveles de pobreza que se utilizan en nuestro país, para medir las deficiencias en las cuales viven las familias mexicanas.

López Obrador se ha caracterizado porque cada mañana ha utilizado gran parte de su tiempo descalificando a la oposición, dividendo al país e intentando hacer creer a la mayoría de los mexicanos que en México las cosas van por buen camino.

Esta estrategia es algo que molesta a la oposición, sin embargo, esta no hace nada por evitar caer en el juego y no instrumentan una verdadera estrategia política para ello, sino simplemente intentan enfrentarlo bajo los mismos argumentos,

No se dan cuenta de que López Obrador los ha llevado a un terreno donde les ganara, porque él utiliza un mayor tiempo para hablar de sus ideas, y descalificar a la oposición, un terreno donde el político tabasqueño tiene gran experiencia, mientras que la oposición no ha logrado recuperarse de su derrota y no instrumentan esa verdadera estrategia que los coloque en una arena más equitativa.

La oposición no entiende que el único actor público con legitimidad social suficiente es el López Obrador. Y que es justo eso le permite mantenerse sólido en sus niveles de aceptación, a pesar de que su gobierno esté reprobado en la percepción pública.

La legitimidad le permite López Obrador salir a denostar a cuanto actor se le pone en frente, y a explotar diario sus mensajes de corrupción y abusos del pasado, que sí existieron y que sí afectaron a la sociedad mexicana al punto de llevarla al hartazgo y el enojo de 2018.

La oposición no ha logrado construir liderazgos políticos con una visión y agenda de país, que entiendan la realidad social y económica del país, para volverse una opción viable para la ciudadanía.

Han dilapidado sus recursos en campañas inútiles de enfrentamiento, pero no están dispuestos a invertir en entender a la sociedad, y construir una relación de confianza que les de la legitimidad que les urge para dejar de ser los objetivos más fáciles del discurso presidencial.

Mientras la oposición siga sin entender la profundidad de la crisis en la que estamos, y sus consecuencias que tendrá y solo busquen el poder que perdieron, sin acercarse a la población, a la que le fallaron, seguiremos en una rutina donde el país se percibe desde los ojos de López Obrador y sus colaboradores y no de la gente.