La verdad durante muchos años no hemos sabido cómo festejar los aniversarios de la Revolución Mexicana, porque si en alguna época se confundió el movimiento revolucionario con la oportunidad de convertir a una burocracia ventruda –con las excepciones de algunas abanderadas con cuerpo de bailarina– en dizque deportistas tan ocasionales como falsos, incomprensible metamorfosis, excepto si los preceptos justicieros de la convulsión social de 1910 tuvieran relación con un desfile de burócratas balón en mano o señoritas de mediano ver, jugando con cintas de colores o aros de tabla gimnástica, y de esa manera se honrara al primer gran movimiento social del siglo XX, como solían decir los jilgueros del oficialismo, fieles a esa vocación traicionera de imaginar el mundo en torno de nuestra pequeñez y derrotarlo con nuestra imaginaria grandeza y originalidad, pero la actual administración ha logrado una mezcla casi de teatro de revista con fiesta de fin de año y promociones en el escalafón de los soldados, y gracias a una mezcla entre lo castrense y lo folclórico, se entregan los ascensos militares y navales y se baila con olanes de enagua ranchera, porque el Zócalo es plaza consagrada y templete de ocasión musical o bailable; es patio de recreo de la IV-T, es altar y tarima; punto de reunión para el desfile militar y si algo hiciera falta, la alegría musical y la escenografía donde caben desde los héroes con barbas de algodón (como don Venus), y la eternidad de bronce de la perrita “Frida” quien gracias a la ternura revolucionaria logra la consagración del mérito patriótico, gracias a la finura de su olfato y su capacidad para buscar heridos bajo las piedras de un sismo y eso es lo bonito de meter todo en un jarrito y bien acomodarlo y ante todo esto uno se pregunta, si así son los festejos de la REVOLUCIÓN MEXICANA (con mayúsculas), ¿Cómo irán a ser dentro de CXII años los fastos con motivo del aniversario de la otra Revolución en ciernes; la de las Conciencias, pues a eso nos ha convocado el señor presidente; no sólo a una Cuarta Transformación de la vida pública, sino a una Revolución de las Conciencias, lo cual equivale a la vida privada, porque no hay nada tan privado como la conciencia, nos perdone o nos remuerda, depende el caso y en verdad os digo, no me entra en la chompeta eso de revolucionar las conciencias –hacerlas girar, trastocarlas, cambiarlas de lugar de orientación y de sentido–, porque –por ejemplo– ,muchos han hablado de la revolución del psicoanálisis y la obra magna de Sigmund Freud; otros le llaman revolución a cualquier cambio social y algunos le dedican tan consagratoria circunstancia a un simple paso en la evolución de las cosas, le decían revolucionario del toreo al “Cordobés” y le atribuían una “revolución planetaria a la música de los Beatles, pero ¿una revolución de las conciencias así en el masivo y absoluto intento?, está medio cabrón, ¿no?, como dicen en el norte, ¿Se podrán revolucionar las conciencias de 120 o 130 millones de mexicanos, la mayoría de ellos inconscientes o de plano deficientes para tragarse ese cuento?
EMBAJADAS
Por una extraña coincidencia algunos gobernadores en cuyos estados Morena derrotó al PRI, han terminado como embajadores. En Oaxaca, donde el tricolor también perdió las elecciones para darle el ejecutivo –democráticamente, es cierto–, a un horror llamado Salomón Jara, las cosas parecen diferentes.
O son distintas, porque Alejandro Murat dijo de salida, voy por la candidatura del PRI a la presidencia. Nada de embajada.
Lo anterior fue después de su último informe de gobierno, presentado en el recientemente construido auditorio “Álvaro Carrillo”, con lo cual –así nomás de pasadita–, se le pone oficialmente fin a la añeja discusión sobre si el gran compositor fue guerrerense u oaxaqueño.