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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

El presidente López Obrador ha abierto oficialmente la carrera de la sucesión de 2024 como un torneo de Los juegos del hambre para determinar quiénes pasan la prueba y alcanzan la encuesta con que se decidirá la candidatura.

El método es controvertido, porque se presenta como el menos malo para conjurar el “tapadismo”, pero sin reglas claras en la competencia y piso parejo para desterrarlo, y que, en cambio, empuja a una pelea sin cuartel por la popularidad entre los aspirantes para sobrevivir.

La lógica de la encuesta obliga a buscar visibilidad, independientemente de la capacidad y desempeño, por ejemplo, en tareas de gobierno, que los tres punteros comparten. Y que ahora, inevitablemente, les servirá como plataforma para proyectarse, aun a riesgo de sanciones por actos anticipados de campaña. Es decir, no pueden sobrevivir sin violar la ley.

El discurso oficial se ufana en decir que el dedazo ya no tiene cabida en los nuevos tiempos, aunque nadie duda de que López Obrador tiene el monopolio de la sucesión como líder indiscutido sobre un partido sin institucionalidad y confrontado entre sus corrientes, como le ocurrió al PRD. Precisamente, en el acto en Toluca para abrir el torneo sucesorio, Morena intentó exorcizar esos males con una escenificación de “unidad” partidista entre los tres candidatos más nombrados por el Presidente (Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López Hernández), pero sin evitar las exclusiones, como la de Ricardo Monreal.

La ruta marcada por el Presidente es clara en el sentido de apostar a la movilización del partido con los alfiles de la sucesión en el terreno y bajo los reflectores de Palacio Nacional. Los tiempos también los decide López Obrador, que aprovecha el avance de Morena en seis estados y la ausencia de oponentes visibles en la oposición para un despliegue temprano en el territorio que tenga en marcha al partido.

Además, la estrategia de abrir el abanico de participantes le sirve para quitar hierro a Sheinbaum y Ebrard, que desde el año pasado enfrentan el desgaste de la exposición y la crítica como favoritos de la voluntad presidencial.

López Obrador tiene, como pocos de sus antecesores, el control de su sucesión, pero insiste en que los tiempos son distintos a los del poder vertical y disciplinado del dedazo con el viejo PRI. Como demostración, se recuerda que ninguno de los últimos cinco presidentes ha logrado imponer a su sucesor, aunque ninguno tampoco tuvo su popularidad y que, a su vez, ahora él demanda de sus suspirantes. No obstante, Morena alberga dos temores profundos. El primero, que será la primera elección en dos décadas en la que él no esté en la boleta. Y, segundo, la experiencia de la elección de la dirigencia del PRD en 2008, que resolvió el Tribunal Electoral ante la división y la confrontación interna.

Desde el arranque del proceso ha habido críticas y reclamos de falta de condiciones de equidad y apertura a todos los participantes, como las de Monreal. Su líder en el Senado desconfía del método de la encuesta, que ya le tocó cuando disputó la candidatura a la Jefatura de Gobierno de la CDMX en 2018 a Sheinbaum. Pero también otros recuerdan la que confrontó a López Obrador con Ebrard en la candidatura presidencial del PRD en 2012, que dejó dudas entre los perdedores, aunque aceptaron el resultado. La suspicacia sobre el método deriva de la falta de transparencia y el control de su diseño, aplicación y análisis bajo la égida de Palacio Nacional.

Pero el Presidente se decanta, como ya lo ha hecho, por la encuesta, porque su mayor temor es que una elección interna deje un tiradero en la casa que arriesgue su proyecto, aunque tampoco se ve el peligro de escisiones y fuga de aspirantes a otros partidos. Por eso esta carrera recuerda a Los juegos del hambre, se trata de un torneo sin otra salida que vencer o sucumbir. A diferencia de la película, no hay mensaje ni posibilidad alguna de rebelión contra el orden y la ruta trazada por el Presidente, entre otras razones, porque ninguno está dispuesto a abandonar Morena para postularse por una oposición con pocos bonos de triunfo. El avance de Morena y los números que lo favorecen hacia 2024 son el mejor disuasivo contra la amenaza de rupturas para negociar las reglas o posiciones como en los viejos tiempos.