COMPARTIR

Loading

El desarrollo de las acciones del actual gobierno federal cada vez más se convierte en una especie de culto a las ocurrencias del presidente. El presidente lleva mucho tiempo denostando a la iniciativa privada porque se mueve por el afán de lucro, como si la especulación mercantil fuera algo malvado, en contraposición de las acciones de gobierno que van dirigidas al beneficio del pueblo, movidas por una voluntad moral y ética, por lo que el gobierno debe tomar en sus manos las actividades de la iniciativa privada que se mueve por un interés mezquino de generar utilidades a sus inversionistas, mientras el gobierno se mueve por la voluntad moral de generar el bien común al pueblo.

Este silogismo sofístico suena en principio atractivo, pero existe la experiencia histórica que dejar en manos del gobierno el funcionamiento de la economía no es mas que el deseo utópico de los gobiernos socialistas totalitarios como los soviéticos, el cubano y venezolano (que falsamente han pretendido utilizar la teoría marxista), que en la práctica han fracasado rotundamente.

Debemos de tomar en consideración lo que han pregonado y puesto en práctica los gobiernos con inspiración demócrata cristiana respecto de la dicotomía planteada al principio de esta entrega. Ni se le puede dejar sola a la iniciativa privada en el desarrollo de sus negocios, así como tampoco se puede dejar al inmisericorde mercado a la deriva de los intereses de lucro de particulares que, con sus excesos pueden causar un grave daño a la sociedad, como tampoco dejar solo al gobierno inmiscuyéndose en las actividades del ser humano desarrolladas en su iniciativa personal movida por la especulación comercial.

El gobierno, indudablemente, debe ser el árbitro que aplique las reglas del juego desarrolladas por el poder legislativo elegido por los ciudadanos de una manera libre y democrática, evitando la formación de monopolios y sus prácticas, normando el desarrollo económico impulsado por la iniciativa privada, que se mueve por el lucro, pero que debe tener una responsabilidad ética y social, a fin de crear satisfactores que aporten al beneficio del individuo y de la sociedad para su superación física y moral.

El gobierno, sin embargo, debe evitar convertirse en un sustituto de la iniciativa privada. Hay que dejar que el gobierno realice las actividades económicas necesarias para el desarrollo humano que no puedan ser cubiertas por la iniciativa privada por no producir en sí mismas un beneficio económico para sus inversionistas, pero que deban de ser efectuadas para completar las áreas de la economía necesarias para su desarrollo.

Así tenemos muchas actividades que el gobierno tradicionalmente ha realizado, como el desarrollo de infraestructura, como presas, puertos, carreteras con puentes, pasos a desnivel y distribuidores viales.

Pero, cuidado cuando la concupiscencia por el poder es el factor dominante para que el gobierno impulse su intromisión en la economía, so pretexto de evitar que la concupiscencia del lucro tome actividades económicas en sus manos, porque entonces, caemos en la trampa de generar mercados controlados en su totalidad, en donde los burócratas que intervienen se mueven por sus intereses personales y mezquinos, utilizando el poder del gobierno, so pretexto de estar “trabajando para beneficio del pueblo”.

Así tenemos dos ejemplos en México, el de PEMEX y el de CFE, que tuvieron el monopolio absoluto del mercado energético en México, entidades que han sido una especie de droga para nuestro país, que en su momento generaron riqueza que fue dilapidada en corrupción, abuso de poder y despilfarro.

En conclusión, evitemos que el gobierno, con su afán de poder, desplace a la iniciativa privada como el principal impulsor de la economía, ya que con ello fácilmente caemos en un totalitarismo de Estado que únicamente lleva a que un reducido grupo de poder tenga los beneficios de control y riqueza, en detrimento del pueblo que será más pobre y menos libre.