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elcristalazo.com

A estas alturas algo ya nos debería haber quedado muy claro: el gobierno de México no mira más allá de su ombligo. Y como su zona umbilical no importa, pues lo demás tampoco.

Porque no me van decir ahora sobre la seriedad del absurdo y simplón programa de crecimiento económico mesoamericano mediante la siembra de arbolitos, mientras la realidad se resuelve con el tolete del bienestar en la frontera del sur con todo y la bendición del apóstol de los Derechos Humanos, Alejandro Encinas, cuyas limitadas entendederas son visibles también en esta materia.

Las relaciones internacionales de México, al menos en cuanto a sus embajadas, son grotescas en sus mejores momentos. Veamos tres nombramientos jocundos, hilarantes.

El primero y quizá más grave de los dislates diplomáticos, es haber puesto en Washington a un empleado de Televisión Azteca cuyo mérito mayor fue endilgarle a la SEP sus orquestas infantiles. No se conoce la utilidad de tanta filarmonía, pero el negocio fue redondo. Le vendieron al gobierno –él y Salinas–, un tibor chino.

Por eso Roberto Velasco (Mr. Peanut) es quien lleva la parte delicada de las relaciones. Y ahí están los resultados de confundir medianía con soberanía con medianía.

Después tenemos el caso de doña Josefa González Blanco quien llegó a la embajada de la Gran Bretaña porque la corrieron de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales. Su talento sólo le sirvió para demorar la salida de un avión. En su lugar el presidente puso a un “ultra” pasadísimo, llamado Víctor Toledo a quien terminó echando a la calle.

Entonces doña Josefa, quizá por viejos favores de cuando su papito fue secretario de Gobernación y Gobernador de Chiapas, fue recompensada con paisaje a la corte de Saint James. Todo un caso de carcajada e irresponsabilidad.

Pero no lo es menos nuestra embajada en París. “Oh,la,la, mais oui…”

Ahí nos representa (bueno, representa al presidente y a su gobierno) una experta en aguas residuales llamada Blanca Jiménez, quien se desempeñaba como directora de la Comisión Nacional del Agua, institución —como todos sabemos–, responsable de administrar y preservar los recursos hidráulicos, así como de garantizar la seguridad hídrica del país.

Se fue y se salvó de las inundaciones; los demás. no. Y por favor no se ría, especialmente si vive en Hidalgo, Tabasco o Ecatepec.

Una mañana la señora Jiménez se dio cuenta de la densidad e intensidad de sus asuntos personales, y decidió abandonar (con ansiedad) el gabinete, como quien baja de un barco.

Pero sus problemas domésticos, por los cuales no, podía atender la comisión (al menos en la dudosa versión oficial), no eran tan densos ni graves como para no ir vivir en la Rue de Longchamps en el mejor “arrondisement” de París, y vámonos de embajadora, porque para eso son los amigos, ¿verdad Andrés?

Pero cuando la improvisación y el desprecio a la carrera diplomática se voló la barda –con un macanazo por el jardín izquierdo– fue con esta muestra de austeridad republicana:

Lo barato de Quirino Ordaz.

En vez de gastarse treinta monedas de plata, le dieron la embajada madrileña. En otro tiempo fue Díaz Ordaz; ahora, Quirino Ordaz.

–¿Esperar el “placet” de España? No hace falta.

El beneplácito ya se lo dieron Ovidio y “El mayo”. Por eso, además de la embajada, la impunidad

Hace tres años ví a Quirino –obsequioso y lambiscón con Enrique Peña –, en una faraónica puesta en escena: todo el malecón de Mazatlán –del faro hasta los “monos bichis”–, dispuesto con escenarios, tarimas y mesas para una interminable fiesta por la inauguración de la parte vieja de la ciudad remodelada con esplendor.

Y ahora, pues quién sabe si vaya a jugar golf con él en La Finca. Quizá Peña ni siquiera lo reciba ni lo lleve a visitar una higuera.