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En medio de los escándalos, pasó desapercibido el arribo de Macron; la muerte de Carlos Manzo y la votación del presupuesto se llevaron la atención de la opinión pública. Para rematar, el anuncio de otra reforma constitucional y los avatares personales de los políticos del régimen sepultaron la narrativa de la visita del francés.
En 1954, Francisco L. Urquizo publicó en la Editorial del Río, El capitán Arnaud, libro con una hermosa portada donde sobresale el militar en su uniforme del ejército porfiriano. Urquizo es uno de los personajes más interesantes de la vida literaria y castrense de principios del siglo XX, y a su pluma debemos clásicos como Fui soldado de levita de esos de caballería, Memorias de campaña, Tropa vieja y una extensa crónica de la revolución constitucionalista. Fue dos veces titular de la Secretaría del ramo y un sobreviviente de las purgas que acompañaron el movimiento armado que inició en 1910.
Urquizo, que acompañó a Carranza hasta el sacrificio de Tlaxcalantongo, salió al exilio y después ocupó cargos menores en la administración pública. En el periodo de Ávila Camacho regresó para ser protagonista de la política mexicana y, en particular, de la relación con los americanos durante la Segunda Guerra Mundial. De sus días en Europa nos queda Madrid de los años veinte; de su trajín como burócrata, Charlas de sobremesa, escrito en Pachuca; y de su paso por la hoy Secretaría de la Defensa Nacional, el imprescindible 3 de Diana, lectura obligada en el Colegio Militar.
La isla de Clipperton o La Pasión es un pequeño islote en el Pacífico. México y Francia se la disputaron en una reñida controversia, donde el país del señor Macron salió triunfador en 1931 gracias a un laudo internacional dictado por el Rey de Italia, Víctor Manuel III. Allí, durante los años del porfiriato, se ubicó un destacamento del Ejército Federal al mando del capitán Ramón Arnaud. Su misión: dar testimonio de que esas arenas, ricas en guanos, eran territorio nacional.
El régimen es experto en generar falsas narrativas y meter al país en controversias que polarizan y dividen a la opinión pública. El favorito de las arremetidas dictadas por algún “montachoques” cuatrotero es el Reino de España, al cual un día sí y otro también se le hacen reclamos por la conquista.
En esa lógica, el Estado mexicano perdió la “valiosa” oportunidad de reclamar al franchute tanto la isla de Clipperton como el auxilio de Napoleón III al Habsburgo. Por cierto, y como suele suceder con el falso patriotismo, el destacamento militar que defendía el suelo nacional fue abandonado a su suerte por los revolucionarios triunfantes, hasta que un alma piadosa lo subió a un barco y lo trajo al continente en calidad de émulos de Robinson Crusoe: encuerados y bien hambrientos.
