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Número cero/ EXCELSIOR

Los indicios que intentó plantar el New York Times sobre nexos de López Obrador con el narco son un termómetro de la temperatura política de grupos de presión estadunidenses por incidir en la elección en México. Las miradas oficiales apuntan a una revancha de la DEA, pero el abanico de interesados por horadar la política interna podría ser más amplio, dado que ya forma parte de la disputa electoral en Washington.

Las revelaciones del diario con poder global podrían leerse como una acción valiente del que hace un corte para extraer el tumor de los cárteles incrustados en las altas esferas del gobierno mexicano. Sin embargo, la “bomba” noticiosa no fue tal como para abrir de tajo una hendidura en el Presidente y sus hijos. Es un trabajo periodísticamente malo y especulativo sobre supuestas indagatorias del gobierno de EU; jurídicamente insostenible para abrir una comisión investigadora por falta de pruebas; pero políticamente útil para sembrar sospechas y manchar su legado.

La publicación dio lugar a un segundo desmentido de la Casa Blanca sobre investigaciones en curso de aportes del narco a sus campañas de 2006 y, luego, de 2018. En menos de un mes han circulado esa historia en nado sincronizado en portales estadunidenses InSight Crime, ProPublica y la alemana Deutsche Welle, que, al unísono, desentierran una vieja investigación de la DEA cerrada hace 13 años; una cadena de filtraciones que jalan medios locales con entrevistas a narcos encapuchados para corroborar la acusación, y tras ellos, ejércitos de bots que replican con el hashtag “narcopresidente” como si fuera una verdad probada.

Para algunos, obedece a una campaña de la DEA por haberle quitado de las manos al general Cienfuegos y luego las restricciones para operar en México tras su detención en 2020; otros advierten del interés de la ultraderecha republicana por intervenir en la elección, por su cruzada contra el fentanilo y su decepción con la política antidrogas de López Obrador contra los cárteles. Podrían bracear en la misma dirección y enlazar su ruta con la oposición interna que ve lejano evitar una segunda parte del obradorismo con un triunfo de Sheinbaum.

El segundo ataque, sin embargo, derivó en nueva confrontación con un medio internacional. El Presidente cayó en el error de adelantarse a cachar la pelota con la revelación del contenido del artículo para desacreditar y blindarse de la información, cuando habría sido suficiente refutarlo en sus términos. En vez de batear, trató de entrar al juego de la percepción contra el estigma del “presidente narco”, que se formó a lo largo del sexenio con las críticas y creencias desfavorables a la política de seguridad de “abrazos, no balazos” como un pacto con los cárteles. El strike, para seguir con el lenguaje beisbolero, alejó la atención de las “calumnias” del artículo para centrarlo en una defensa errática y respuestas autoritarias.

La mayor equivocación vendría de la decisión de difundir el teléfono de la periodista que firma el artículo, Natalie Kitroeff, en una forma de acoso que viola el derecho a la privacidad y pone en riesgo su seguridad, conductas inadmisibles con 43 periodistas asesinados en otro sexenio mortífero para su trabajo. La jugada fue negativa para la imagen de su gobierno y la marca candente del “presidente narco”, que sus opositores quieren sellar a su legado, dado que el choque constante con los medios erosiona su credibilidad y la de su gobierno; además de abrir tensiones con Estados Unidos y dar municiones a sus críticos allá y acá para denostarlo como un mandatario repelente a la crítica de la prensa.

Podría haber centrado su defensa en la publicación, pero ganó la desesperación de pasar de acusado a acusador. Si piensa –como ha dicho– que esos ataques de la DEA son expresión de “descomposición política” en EU y calumnias “electoreras”, cuál era la razón de entrar a combatir en un terreno minado. ¿Una represalia por involucrarlo a él y su familia sin pruebas? ¿Detener una campaña de lodo contra su imagen en medio de la sucesión y conjurar la afrenta de un Presidente que quiere pasar a la historia como el mejor del país? Cualquiera que sea la explicación, el camino de su derecho a defenderse de calumnias y acusaciones sin pruebas no es poner la autoridad moral o política del Presidente por encima de la ley, sino responder con ella.