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En 1920 Pascual Ortiz Rubio lanzó una convocatoria para que expertos en Michoacán se presentaran a un certamen donde el mejor trabajo sobre la historia de la entidad sería publicado. La idea no tuvo una buena acogida y el certamen se declaró desierto. El gobernador -ese cargo tenía Ortiz Rubio- no se desanimó y, a falta de voluntarios, escribió un texto que salió a la luz con su nombre y en donde se incluyó la convocatoria fallida.

Era ingeniero y pasó a la historia como una marioneta de Plutarco Elías Calles, el famoso “Jefe Máximo de la Revolución”. Cuando murió cuarenta años después de aquel libro de historia, solo unos cuantos cuates fueron a su sepelio, lo enterraron en una fosa de tercera, en el mismo panteón donde la tumba principal era la del turco nacido en Sonora. Pascual era todo lo contrario a lo que se difundía en los corrillos de la política nacional. Para empezar, era un hombre culto, algo raro entre quienes llegan a cargos públicos.

Fue un estudiante inquieto y bastante revoltoso; con motivo de un movimiento antirreeleccionista fue aprehendido y expulsado del Colegio de San Nicolás. En su familia había hacendados, un exgobernador y hasta un obispo. Para su fortuna fue a dar a la Ciudad de México, donde, además de escribir poemas y conocer a los intelectuales de la época, se graduó de ingeniero. Se sumó a la revolución y, al sortear todo tipo de intrigas y purgas, quedó inscrito en el bando triunfador; así llegó a gobernador, diplomático y por último presidente de la República. Por cierto, tenía la conveniente habilidad de burlar a la muerte: cuando menos en dos ocasiones fue baleado y la libró. Una de ellas sucedió el día de su toma de protesta.

Este personaje con apariencia de padre abnegado y con cara de contador de alguna oficina pública, era en realidad un avezado político y entre sus méritos se encontraba el fundar la primera universidad autónoma de México y Latinoamérica. Cuando tuvo conciencia de que no se podría sacudir a Calles, prefirió renunciar a ser una simple comparsa. Los michoacanos han tenido grandes gobernadores y, para muestra, además de Pascual, dos de ellos: Lázaro Cárdenas del Río y Francisco J. Mújica.

La entidad es emblemática, y en su historia destacan la riqueza del legado de los pueblos originarios y del sorprendente Vasco de Quiroga. Es asiento del jardín de la Nueva España y, por ende, una potencia en materia de agricultura; es poseedora de un puerto de altura y una actividad minera, industrial y ganadera sobresaliente, pero también de una tremenda violencia y una notable ineptitud de sus actuales gobernantes.

Desde homicidios hasta carros bomba son el día a día en la entidad que algún día gobernó un intelectual.

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