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La reciente imputación en contra de Enrique Peña Nieto por haber recibido un soborno de 25 millones de dólares, una cosa así como 500 millones de pesos cuando era presidente de la República, sólo por haber adquirido un equipo de espionaje llamado “Pegasus” a un grupo empresarial israelita, tiene la consistencia de un malvavisco, así la presidenta (con A) doña CSP, haya dicho del caso: estuvo medio tremendo.
Menos mal. Si hubiera sido tremendo completo, otro gallo cantaría. Ahora medio canta el gallo.
A la distancia, y sin conocer ni desconocer atributos de pureza periodística al rotativo judío “The marker” en cuyas páginas se publicaron los detalles del litigio entre Uri Emmanuel Ansbacher y Avishay Samuel Neriya quienes se acusan mutuamente de no pagar adeudos derivados de las “inversiones” (sobornos) requeridas por personajes sin nombre a cambio de colocar su dolosa mercancía, esas versiones no son para tomarse en serio por sí mismas. Suenan como chismes de picapleitos.
Sin embargo, son notables por el uso político y la facilidad para construir otro villano cuya inmoralidad sustituya la de Calderón a quien ya algunos y algunas (y algunes), parecen haberse cansado de culpar de todos los males pasados, presentes y futuros.
De acuerdo con la información más accesible (Wikipedia), “The Marker fue fundado en 1999 por el periodista y empresario Guy Rolnik, junto con el Grupo Haaretz e inversores estadounidenses. Cinco años después del lanzamiento de The Marker , el grupo de periódicos Haaretz decidió cerrar su sección comercial y relanzarla como un diario impreso llamado The Marker , la marca creada en línea.
“El editor jefe de The Marker es Sami Peretz. El editor de la revista mensual es Eytan Avriel . The Marker cuenta con unos 250 empleados y opera desde la sede del periódico Haaretz en Tel Aviv”.
Pero el tema no es el periódico. En todo caso en sus páginas se publicó un litigio entre particulares. Quien quiera saber la calidad personal de tan distinguidos mercaderes, pueden preguntarles aquello de la pata, la vaca y la faca, porque quien confiesa como si nada un soborno de 25 millones de dólares en el Tercer Mundo, con el innoble invento para practicar el arte del espionaje, no parece de por sí una hermana caritativa. Ni un hermano tampoco.
También es notable la oportunidad de este pequeño escándalo en torno del hombre de Atlacomulco y quizá su escudero oriental. Se presenta cuando el gobierno esquiva una y otra vez las acusaciones de construir un “Estado-Espía”, desde la Agencia de Innovación Digital y Telecomunicaciones de cuyos posibles alcances ya nos hemos ocupado en entregas anteriores.
–¿Espionaje?, dirá quien quiera defender el modelo Merino.
–Espionaje el de aquellos y entonces la retahíla de culpar al pasado tendrá una adecuada actualización siempre favorable a los dictados de la Cuarta Transformación; así nos hallemos el “bug” debajo de la cama o en la salpicadera del auto.
Pero al parecer los sobornos tuvieron vigencia transexenal, porque “(Proceso) parte de los negocios continuaron durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador. La Sedena, el primer cliente de Pegasus en el mundo siguió celebrando contratos con empresas de Ansbacher durante el sexenio anterior, aunque la institución siempre se negó a transparentarlos, a pesar de una orden el extinto Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI)”.
Uno de los mercaderes tecnológicos (Ansbacher) , hábil para el comercio, fue contratado por el Instituto Nacional de Migración (el Gran Garduño siempre aparece donde hay lana) “que le pagó 324 millones de pesos en 2020, de los cuales 230 millones de pesos terminaron en 26 empresas de papel, según determinó la Auditoría Superior de la Federación (ASF)”.
Una de esas empresas (Nemecisco), envió 248 mil dólares a una organización sin fines de lucro de Israel dirigida por el hermano de Neryia, a la que otras empresas de Ansbacher también “donaron” recursos.
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