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Número cero/ EXCELSIOR

El PAN ha llamado al gobierno a un diálogo que supone un reconocimiento del fracaso de la estrategia opositora, de la primera mitad del sexenio, de engancharse en la confrontación con López Obrador, pero lo hace sin agenda ni objetivos claros. La cúpula panista busca dar un viraje para recuperar la iniciativa política extraviada por la oposición desde el “trauma” de la elección de 2018. Podría ser la última oportunidad de su dirigencia para reposicionarse hacia la sucesión presidencial y rescatar al partido de la crisis interna por carecer de una propuesta al obradorismo y de liderazgos competitivos que eviten el retroceso electoral en las gubernaturas que se disputan el próximo año.

De la voz de su presidente, Marko Cortés, hemos podido conocer sus desfavorables perspectivas para la segunda fuerza nacional y los reclamos que se acumulan al interior del partido por la exigencia de cambiar una estrategia que no logra construirse como opción a la 4T. La desesperación es un resorte para tratar de forcejear con su margen de acción, que en el Congreso es limitado, a pesar del debilitamiento de la mayoría de Morena en la última elección. Pero de esta propuesta de diálogo es aún más importante conocer el valor que tiene para el gobierno y si puede generar un cambio en la política de confrontación, que también ha seguido con sus opositores, en una estrategia basada en la polarización. Si los objetivos de los panistas son poco claros y suscitan controversia dentro de sus filas, los del gobierno son más indeterminados, pero el proceso pasa inadvertido al interior de su coalición.

No obstante, el gobierno reaccionó rápido a la solicitud del vicepresidente de la Mesa Directiva del Congreso, el panista Santiago Creel, con acuerdos para la apertura de siete mesas de diálogo para una agenda muy amplia, desde seguridad, salud, electoral, hasta la reforma eléctrica que la 4T está decidida a sacar adelante, aunque carezca de consenso suficiente en el Congreso para una reforma constitucional. El presidente López Obrador lo aplaudió y aprovechó para señalar la capitulación del PAN de su estrategia anterior por dejar atrás “actitudes extremistas” de rechazar todo. La iniciativa ha recibido críticas desde las filas panistas y de la oposición con calificativos como ingenuidad o valorada como un sinsentido, hasta ver la pretensión de impunidad de algunos de sus impulsores, como el propio Creel, por investigaciones de evasión fiscal a familiares suyos ligados a empresas “factureras”, o el gobernador de Tamaulipas desaforado por la 4T, con acusaciones graves como lavado de dinero.

Respecto al interés del gobierno por el diálogo, también sería una candidez pensar que espera convencer a la oposición de las bondades de la reforma eléctrica para conseguir su voto, sin recurrir al modelo de negociación del intercambio de una iniciativa por otra o, incluso, concertacesiones electorales, como las que tanto ha criticado López Obrador de los anteriores gobiernos panistas y priistas. El PAN, ciertamente, ofrece desbloquear la situación de estancamiento y “vetos recíprocos” en el Congreso, pero ni panistas ni priistas parecen conocer otra forma de negociar que el “toma y daca” de propuestas o posiciones.