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elcristalazo.com

En tono de advertencia y con toda intención selectiva, Ricardo Monreal, flagelado con el látigo despreciativo del Palacio Nacional; excluido, rechazado por el Papado y la feligresía y arrinconado en la esquina de su oficio político, nos advirtió desde la tribuna más repudiada por la Cuarta Transformación (“Reforma”), sobre la presencia de un depredador “ideológico” cuya voracidad amenaza al movimiento del presidente de la República y a la larga, a la República misma: los radicales.

–¿Qué es un radical en política?

Lo podemos explicar de muchas formas, pero la más sencilla es con un sinónimo: un fanático.

Y un fanático, según nos dijo Winston Churchill, a falta de una mejor explicación, es alguien reacio a cambiar de opinión e incapaz de cambiar de tema.

Pero esta definición quizá sólo le sirva a Churchill. Para nuestro presidente de la República, el asunto es más sencillo. Él es un radical porque quiere arrancar de raíz la corrupción. Y como etimológicamente radical y radicalismo vienen de esa palabra, pues él se define a sí mismo de esa manera, pero con estas palabras ya conocidas:

“…nada se logra con las medias tintas, con el centrismo. Los publicistas del periodo neoliberal, además de la risa fingida y la falsedad recomendaban a los candidatos y gobernantes correrse al centro.

“¡Pues no! Ese es un error. Ser de izquierda es anclarse en nuestros principios, no zigzaguear, no dar bandazos, es hablar y preocuparnos por los pobres. En un proceso de transformación hay que definirse. Fuera máscaras, ya no hay para dónde hacerse. Aquí es de definiciones. Esta es la Cuarta Transformación, es pacífica, sin violencia es igual de profunda que la Independencia, la Reforma y la Revolución. No llegamos aquí para simular, no es más de lo mismo, y la verdad, no engañamos a nadie”.

Pues no, no hay engaños.

Pero sí hay riesgos, porque los radicales libres nada más existen en la bioquímica y no este el espacio para explicar el comportamiento atómico de las moléculas o la oxidación. En política los radicales suelen ser la parte “dura” de los movimientos políticos.

Por ejemplo, los asaltantes del Capitolio en Estados Unidos cuando Trump se negaba a respetar el orden democrático electoral, son radicales.

Los santos cuyos martirios y sacrificios, de la flagelación a la crucifixión, llenan las páginas de los libros con vidas ejemplares en nombre de la fe, eran fanáticos religiosos, creyentes en el poder de sus imágenes para detener las balas en el nombre de Cristo Rey. O como los islamistas de la yihad envueltos en sus chalecos repletos de explosivos.

Los radicales suelen actuar en contra de sus enemigos, pero ¿Cuándo no los hay o significan poco, como en México?

Pues entonces se cae en una circunstancia sobre la cual nos advierte Plutarco en su obra “Consejos políticos”: “…disputar entre amigos después de que estamos libres de enemigos…”

Algo deben tener estas palabras. Han sobrevivido veinte siglos:

“…cuando a partir de una medida importante y provechosa el pueblo comienza a sospechar, los políticos no deben todos expresar la misma opinión, como si hubiera surgido de un acuerdo, sino, al contrario, dos o tres de los amigos deben disentir y defender suavemente la postura contraria, para luego, como si hubieran sido convencidos, cambiar su posición, ya que de esta manera arrastrarán consigo al pueblo, si parece que son guiados por el interés público.

“En asuntos menores, sin embargo, que no afectan a nada esencial, ni es malo dejar que los amigos muestren realmente sus divergencias, siguiendo cada uno su propia opinión…”

DELFINA

El TEPJF ha confirmado lo sabido: la maestra Delfina Gómez, secretaria “precisamente” de Educación Pública, le metió la mano al bolsillo de los trabajadores del municipio y convirtió al ayuntamiento texcocano en una tienda de raya para Morena.

Pero YSQ la muestra como ejemplo de honestidad. ¡Ajá!