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Ellas caminaban por la playa. El sol que estaba por descender parecía una enorme bola luminosa de un color amarillo brillante. La arena se miraba dividida por la luz solar que tenía un colorido variado, entre un café oscuro y otro claro. El mar intercambiaba sus tonalidades entre verde oscuro y negruzco en la medida que la luz se alejaba. La espuma de las olas al romper bañaba los pies de las paseantes. La brisa marina les hidrataba el rostro y el aire suave las acariciaba como si quisiera compensarlas del fuerte calor diurno. El sol todavía estaba alto, pero no faltaba mucho para que llegara la increíble puesta del sol de Acapulco.

La madre y la hija reían y se divertían mientras se tomaban unas fotos. Mi hija es hermosa, pensaba la madre. Es alta y esbelta y su larga cabellera vuela con el aire que la despeina.

Lleva un vestido largo, floreado y amplio que deja ver sus piernas largas y su cuerpo bien formado. Cuando posa parece una modelo.

La madre, en cambio, llevaba un short y una playera a rayas de cuello V. Y un sombrero. Un estilo cómodo para caminar por la playa a su casi setenta años. Posó para la fotografía con su sonrisa abierta, sus lentes y sus piernas entre la arena y el agua.

Pero la relación entre ellas no siempre era tersa, cualquier detalle podría transformar en un segundo una sonrisa en un llanto contenido.

Entre plática y caminata, de repente, la madre le comenta a su hija.


¾ Vi en la televisión una fotografía que me impresionó. François Sagan, la famosa autora de Buenos días tristeza, estaba sentada mirando a su hijo que estaba en un corralito y en la habitación había un caballo grande y otro pequeño. La foto me pareció interesante y pensé que me gustaría tomarte una foto así con tus hijos, tú mirándolos. Es una foto para la posteridad.

¡Error! El comentario le conecto mal a la hija, quien espetó:

¾ Tú nunca te sentaste a mirarnos. ¡Nunca tenías tiempo! Te la pasabas corriendo de un lado al otro. El enojo con tintes de odio afloraba en su voz y toda ella se transformaba en un reclamo infinito.

La madre sentía que se congelaba y enmudecía. Paralizada; aunque, quisiera salir corriendo, no podía, parecía ser una estatua pesada. Eso le ocurría cuando ocurren estos excesos de demanda infantil. ¡Tanta bronca que se destapa por una fotografía!
Sintió que la luminosidad del atardecer se transformaba en un lluvia, en nieve, en hielo que corta. Ella no se sentía arropada para responder a la agresión de su hija en ese momento.

¾ ¡Qué bueno que tus condiciones han sido diferentes! Alcanzó a gritar la madre para cubrir el dolor que le provocaba ese reclamo tan estomacal, tan animal, un queja tan profunda que salía del centro de sus entrañas. ¿Cómo defenderse de una acusación tan irreal?

¾ Reclamar es fácil. Provocar la falta en el otro, también.

Siguieron caminando en silencio, en un mutismo que excluye al otro y te envuelve en tu propia esfera vital.

¾ No voy a entrar en tu juego de reclamos. Tan solo pensé que tener una foto donde la madre mira a sus hijos, sería algo lindo de tener.

El paseo estaba por terminar, el tema no. El sol se hundía en el mar y la luz se alejaba con él. Llegaron al departamento y cada una se ocupó de sus cosas. Así funcionan los reclamos entre madre e hija, irrumpen, estallan y un rato después parece que nada había sucedido.

Pero, pasó el tiempo y la madre continuo con la idea de la fotografía en su mente. Mostró la foto a otras personas y les preguntó qué les provocaba en relación con la maternidad.

¡Sorpresa! Las respuestas fueron variadas.

Alguien dijo:¾ Es disruptiva. Si el caballo entró por la puerta ella hubiera cargado rápidamente al bebé y no lo hace, no lo protege.

Una amiga comentó.

¾ Pues parece que ella mira hacia otro lado no ve al niño.

Qué curioso pensó la madre, cuando ella vio la fotografía le pareció que representaba una buena imagen de la maternidad. ¿Me habré equivocado?

Pasado el tiempo le envió la foto a su hija para preguntar por su parecer. Ella respondió.

¾ Parece el anuncio de una librería y ella parece más una abuela que una mamá.
Qué raro. Cada uno mira lo que quiere o puede ver.

Sin duda alguna, para la madre la fotografía podría contener todos los comentarios de los demás, pero también el de ella. ¿Cómo habrían vivido la maternidad las mujeres que además querían ser escritoras, artistas, emprendedoras y no solo madres sumisas y entregadas de lleno a sus hijos?

Su curiosidad la llevó a ver de nuevo el programa en el que aparece esa fotografía.
Era un homenaje póstumo del hijo a su madre. Ante la pregunta de cómo vivió la relación con su madre, respondió.

¾ Quizá ella no me preparó la compota matutina. Pero siempre se preocupó por mi educación y siempre pude platicar con ella de cualquier tema. ¡Una valoración a su madre!

¿Sera qué lo que sucedió fue que la madre se identificó con la escritora y que la fotografía le evocó las dificultades que atravesaban las madres que además querían trabajar, estudiar o ambas cosas a la vez?

La escritora francesa le había evocado sus propias luchas feministas, sus cuestionamientos y la profunda desesperación y ansiedad que ella misma vivió como madre soltera para sacar a sus hijos adelante. Sin importar quien fuera ella.

Una mujer joven que quiere superarse, educarse, pero que tuvo adversidades.

Curiosamente fue hija de un padre que murió joven y esposa de un hombre que con el divorcio abandonó a sus hijos.

¿Cómo elaborar el reclamo de su hija? Una noche no conciliaba el sueño. La frase tú nunca nos miraste le daba vueltas en la cabeza. Ella pensaba que la fotografía y el reclamo pasaban a segundo término. Se cuestionaba, se preguntaba qué tan empática había sido su respuesta. Se dio cuenta de que tendría que responder de otra manera, ¡le cayó el veinte! Tenía que poder ser más sensible. «Hija entiendo tus sentimientos». Su hija se había sentido sola de pequeña y afectada en su autoestima. Para ella haber tenido una madre que tenía que trabajar tan ocupada podía dejar de lado los detalles. Quizá lo que correspondía era disculparse sinceramente para tratar de mejorar la relación, reparar el mundo.

Ama a su hija y le reconoce el derecho de expresar sus sentimientos de infancia y de adulta con apertura y sin miramientos.

Volvió a mirar la fotografía de la escritora que luchó y se dio cuenta que lo importante no estaba ahí en la imagen capturada sino en que ella ganó el reconocimiento y el amor de su hijo, Denis Westhoff fotógrafo francés. ¡Pues, me sigue gustando la fotografía y todas sus implicaciones!