Polanco es un barrio emblemático de la Ciudad de México, es una de las zonas más cosmopolitas de la capital, ubicado al norponiente de la alcaldía Miguel Hidalgo. Se caracteriza por su diversidad cultural, desde sus inicios, alojó a varias comunidades radicadas en la capital, como la judía, la española, la alemana y la libanesa, que se asentaron en el lugar y algunas de las cuales aún mantienen una fuerte presencia.
El área es sede de recintos culturales como museos y galerías; empresas, embajadas y negocios de esparcimiento como restaurantes, tiendas de lujo y centros comerciales. Para la nomenclatura de sus calles se tomaron los nombres de humanistas, escritores y filósofos. Como ejemplo, algunas de las vías principales llevan el nombre de Horacio, Homero, Moliere, Presidente Masaryk.
Hoy sus calles parecen gritar, ¿dónde están las miles de personas que laboran en las oficinas, los comensales, los amigos tan asiduos a los cafés, las librerías con sus novedades a la vista, los parques llenos de niños, de ancianos, de bebés en sus carriolas que salen a pasear con sus familias? ¿Dónde ha quedado la libertad de movilidad y de reunión, se la ha llevado el miedo a enfermar, el temor al contagio?
Hoy, desafortunadamente, vivimos una postal distinta, no hace falta mencionarlo. La pandemia del Covid-19 ha modificado nuestras imágenes, nuestras fotografías, videos. Los parques están cerrados y abandonados, sucios. En los negocios hay mantas para solicitar apoyo del gobierno para sobrevivir a la crisis. Se vive angustia e incertidumbre por las crisis: sanitaria y económica.
Como dice Félix de Azúa, en Lección en casa: “Son tiempos de coronavirus y estamos cerrados en la casa donde seguimos poniendo las cosas a punto, en tanto que fuera aúlla la huracanada voz que exige sacrificios y muertes girando sobre nuestro terrado. La actual es una situación excepcional, pero nos ilumina sobre la vida llamada “normal”. Si esta vuelve, ¿salimos al mundo o seguimos arreglando la casa? ¿Empuñamos nuestra condición o reparamos un grifo? Cuando acabe la plaga y nos hallemos en un mundo arrasado ¿Kafka o Abraham?”.
Ante la nostalgia de lo que ha sido nuestra querida colonia Polanco, la poesía en la palabra de la poeta y escritora Jenny Asse Chayo*
El POLANCO DE TODOS MIS DÍAS
Por: Jenny Asse Chayo
Los caminantes huelen a domingo.
Las mesas se hunden en las calles.
Los cafés en la zona central de Polanco
hienden las esquinas, y ¿qué más que los deliciosos
espacios donde podemos mirarnos tranquilamente?
Espacios coloridos de velocidad indefinible
vertidos en el amanecer sin rumbo.
Escalamos de silla en silla la plática de los otros.
Quiénes son esos polanqueros que han hecho de esta colonia
un centro de extraña belleza, y que viven para buscar con quién dialogar?
¿No está hecha para eso esta colonia, para fugarnos de la soledad?
Tramo por tramo encontramos rostros que caminan, gente que se mira
y laten en silencio las palabras, signos que interrogan a los cuerpos.
El reloj del Jardín no suena.
Las jaulas de Polanco se llenan de todo lo que puedan atrapar.
Vaivenes de certezas e incertidumbres llenan esta colonia en su rapidez trepidante.
La zona de Polanco es un murmullo atroz, donde los rincones se funden para mostrarnos la desnudez o el disfraz de las almas.
Ahí estamos todos, buscando para no encontrar,
encontrando sin buscar la vereda de nuestros sueños.
Los vecinos, los amigos los amantes,
las computadoras, el ajedrez, los negociantes.
Todos somos viejos ya entre los adoquines.
Hasta los deseos encanecidos miran las tazas de café y se preguntan:
¿Por qué no fuimos otros?
*Escritora y docente mexicana. Poeta