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Quizás porque Andrés Manuel López Obrador no entiende nada de economía deja este trabajo a quienes, si la entienden, pero el sentir que cualquier decisión debe partir del poder Ejecutivo hace imposible que se trabaje de manera correcta para hacer que México culmine este sexenio con números que indiquen avance en su crecimiento económico y desarrollo en todos los aspectos.

Aún quedan dos años para saber si este gobierno deja un país con una economía tan débil que cualquier impericia de la próxima nos lleve a una crisis económica como las vividas en 1982 y 1994.

Sin embargo, de no existir un viraje a la política pública utilizada hasta ahora en el ámbito económico-financiero, indudablemente tendremos una crisis, que tendrá que arreglar la siguiente administración federal y sufrir todos los mexicanos.

Hasta ahora, la forma en la cual se lleva el gasto publico hacia las grandes obras improductivas agregado al desmantelamiento de organismos autónomos, que fueron creados a partir de la crisis de 1994, sin el fortalecimiento de los sectores productivos y sin permitir que la inversión privada apoye al desarrollo del país, nos lleva a pensar que no estamos lejos de un desastre económico del país.

Afortunadamente, queda poco tiempo para que este gobierno desarticule por completo estos organismos autónomos y que aún pueden mantener un poco de blindaje que se había empezado a construir en por lo menos tres décadas.

Es lógico que la siguiente administración federal, sea del color e ideología igual o distinta la actual, tendrá que hacer cambios emergentes en la forma de gastar y de buscar el ingreso de mayores recursos para fortalecer nuestra economía y con ello recomponer el desastre que quedará de la actual con niveles altos de inseguridad, índices de inflación superiores al 4 por ciento y crecimientos menores al 2 por ciento.

Lamentablemente no aprendemos de la historia y repetimos los mismos errores, sin embargo, en esta ocasión estos errores nos llevan a retroceder hasta finales de los 60 y principios de los 90, donde los presidentes sintieron que eran los únicos que podrían dar solución a los problemas a través de decisiones inapropiadas y poco analizadas y que su gabinete solo estaban ahí para aplaudir estas decisiones.

Aun cuando existen circunstancias diferentes el regreso de a un mando autoritario que destruye las estructuras para sostenerse en un solo poder institucional, como lo es ahora con las fuerzas armadas, puede ser más peligros que benéfico.

Afortunadamente, repito, solo quedan dos años para concluir este sexenio y existe la posibilidad de administrar el caos que se deje a través de políticas públicas bien estructuradas, presupuestos encaminados al crecimiento y fortalecimientos de los sectores productivos y regresar a la sociedad civil la capacidad de seguir siendo observadores y críticos de los errores de la administración federal para que esta evite mayores errores.