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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

La respuesta a la crisis de derechos humanos es negarla o minimizarla. Informes van y vienen sin cambio en el derrotero de la violencia, incluso se pierden en la descalificación política y el rechazo al intervencionismo de EU o la ONU. El gobierno de López Obrador no quiere actuar de otra forma que rompa inercias, omisiones y el manto de silencio con que se quisiera cubrir abusos de uniformados civiles y militares.

El discurso “soberanista” entronca con la disputa política con EU en clave electoral o, al menos, con un ala de los republicanos para dejar en segundo plano la realidad interna: la impunidad. Y su saga de crímenes arbitrarios, desapariciones, torturas, restricciones a la libertad de expresión, como reporta un informe del Departamento de Estado, basado en datos y denuncias de comisiones y organizaciones nacionales. Unas y otras falsas o mentirosas, al servicio de la pretensión de EU de gobernar el mundo, no de la preocupación por las víctimas en México. Aunque fuera cierto, ni eso justifica dejar de reconocer esos abusos en el país con el “no es verdad” o no es como se afirma del discurso negacionista.

Esa retórica oficial no es nueva, tampoco no querer o poder actuar diferente para recuperar la paz. Si EU o la ONU retoman en sus reportes las denuncias locales sobre violaciones en México, su contenido se diluye como “pura politiquería”. Y si aparece ejecutado El Chueco, asesino de dos jesuitas en la sierra Tarahumara, sería la demostración de que ya no hay impunidad porque cayó… a manos del crimen. Las autoridades poco o nada lograron resolverlo.

El negacionismo para evitar la realidad no tiene que ver con defender la soberanía, aunque nadie dude del imperativo de rechazar el intervencionismo. Se trata de un recurso retórico común al actual y anteriores gobiernos, que es necesario confrontar sin importar que las verdades incómodas se señalan desde afuera. López Obrador rebate como “falsas” las declaraciones de Blinken sobre el control del crimen de regiones de México y descalifica la investigación sobre Ejército espía y la validez de documentos del jaqueo de correos de Guacamaya Leaks, así como hizo Peña Nieto al descalificar el trabajo del relator de la ONU para la tortura, Juan Méndez.

La diferencia entre ellos no está en evadir datos o intentar ocultar el conflicto, sino en la visibilidad de la respuesta. Los gobiernos anteriores huían de las críticas o trataban de silenciarlas diplomáticamente, mientras que López Obrador las rebate todos los días en las mañaneras y desvirtúa como ataques de adversarios o presiones de los republicanos en la campaña electoral de EU. El negacionismo, tan en boga en el mundo contra el cambio climático o la validez de datos de la ciencia, es peligroso porque también inhibe la actuación de los responsables de proteger el medio ambiente o los derechos humanos. Por ejemplo, el silencio de las comisiones estatales y nacional frente al espionaje del Ejército o denuncias sobre violaciones por la militarización, que, incluso avalan como única salida para pacificar al país.

Mientras que la CNDH tiene congelada una resolución general sobre restricciones a la libertad de expresión para no tener que señalar al Presidente, desde hace meses discute un proyecto en que se reconoce el riesgo de “estigmatizar” a medios y periodistas desde la mañanera, pero evita dirigirse a López Obrador como el responsable de ataques contra la prensa. Su consejo, que tiene que avalarla, ha hecho esta observación y señala la inutilidad de presentarla sin aludir al Presidente. Como ilustra este caso, el negacionismo es una amenaza por politizar los temas para hacer que desaparezcan y vulnera la independencia de las instituciones. Por eso la importancia de no acostumbrarse o menospreciarlo. Su visibilidad sirve para silenciar problemas, no para ventilarlos. Como otro botón de muestra, el Inai ha tenido que presentar más de mil denuncias contra el gobierno por negarse a entregar información, mientras se erige como el más transparente del mundo por comparecer diario con la prensa.

El mayor riesgo del negacionismo es que sus postulados terminan por asimilarse en parte de la sociedad si no son confrontados como una batalla cultural y simbólica imprescindible, en este caso, para la salud de los derechos humanos.