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Ayer, cerca de las 13 horas recibí la primera dosis de la vacuna Aztra-Zeneca.

Pero también recibí una sorprendente evidencia de funcionalidad política (y por consecuencia y coincidencia, electoral), por parte del gobierno de la ciudad de México, lo cual equivale a decir, el gobierno federal.

Vi en marcha una maquinaria implacable, precisa y abrumadora. Cientos de personas, enlistadas todas en las nóminas de las instituciones controlada por la Cuarta Transformación (ya no es un anhelo, es una marca), en un despliegue territorial sin fisuras.

Todo está teñido –sin palabras—con los rigores de un discurso cuya simbología no requiere elocuencia.

El escenario no podía ser mejor para la alabanza silenciosa del discurso oficial.

Una unidad deportiva y “cultural” en la zona de Lomas de Plateros vecina de Mixcoac. Un parque contiguo o envolvente llamado Octavio Paz. Como si una biblioteca se llamara Rubén Olivares. Deportivo popular remozado y habilitado para recibir a miles de viejos y viejas. O si se prefiere adultos mayores quienes obedientes y confiados, forman una enorme fila cuyo avance es sorprendente.

Dos largas cuadras se agotan en menos de treinta minutos. De ahí se da paso a la feria de los chalecos.

Los hay del “Centro Integral de Desarrollo Servidores de la nación” (pardos); los “·Correcaminos” (beige), los de SIBISO (Secretaría de Inclusión y Bienestar Social), cuyo nombre es en sí mismo una pancarta memorable; los de la Secretaría de Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación; los de Protección Civil y Gestión Integral de Riesgos y obviamente los de Seguridad Ciudadana y… los de Salud.

Un ejército disciplinado, eficiente y cuyo trabajo, en los pabellones efímeros acondicionados con sillas para la espera antes del registro final, resulta presto y diligente para ayudar a quienes no tengan sillas de ruedas; rápido en el acompañamiento y la palabra cálida:

–Dígame, padre ¿en qué podemos servirle?”, dice un siervo nacional.

La maquinaria hace inútil el proselitismo. El comportamiento, la presencia en chalecos y actitudes es el mensaje mismo. Todo se desarrolla con una gran velocidad si se toman en cuenta los miles y miles de personas arremolinadas en torno del deportivo. Todo fluye, todo demuestra cómo un gobierno entero sabe aprovechar la oportunidad para satisfacer a los ciudadanos, quienes –entre otras cosas–, son electores.

Los logotipos son en sí mismos mensajes indirectos. La atención es cuidadosa. Se trata de un barrido territorial.

La sillería está dispuesta para invitar a quienes van llenando la sala al aire libre a caminar, por hileras, rumbo a los escritorios de registro.

–Esta fila, por favor. Y todos se levantan y caminan en orden.

Una señora acaba de llegar y se mete por donde no le corresponde. Su lugar, como recién llegada es en la última fila. Son diez hileras.

De la nada sale un siervo. Permítame, señora, por aquí no es. Permítame por favor. Y la acompaña a su lugar.

Sorprendida en el truco la mujer se inhibe. ¡Ay!, me equivoqué.

–Usted no se equivocó, señora, nosotros estamos para ayudarle. Y va y la sienta donde debe ser. Todo es caramelo.

El deportivo ha sido ocupado completamente para el servicio de vacunación: Es enorme. Han puesto letrinas, mesas infinitas para el registro.

–Su credencial de elector, dice una joven con cubrebocas cuya BIC se fatiga en los registros.

–No tengo. Y aparece un pasaporte.

–¡Ah!; bueno. ¿Y su CURP?

–Aquí esta.

–Gracias, eso va a ser todo. ¿Tiene su comprobante de domicilio?

Después se pasa a otra zona; la de los enfermeros y enfermeras quienes aplican las ampolletas. Todo es por favor, siéntese aquí. Recitan una fórmula, esta vacuna es fulana, no puede beber alcohol en un mes, si siente irritación no se rasque, no se toque, si le da fiebre busque al médico, si se siente mareado descanse. Aquí dice su fecha de caducidad, la fecha de su siguiente aplicación. Por favor guarde bien este papel, no se le vaya a caer, madrecita.

–¡Ay! Joven, gracias. Y el piquete.

Todos pasan a un área de observación final. Más sillas. Todo en simetría, todo en orden.

Un joven con magnavoz ofrece indicaciones incomprensibles. En medio de tanta eficacia, el altoparlante no se escucha bien.

–Es que me están fallando las pilas, dice”.

Y al final, como en los viejos mítines del PRI, cuando se recompensaba al acarreado, una manzana, un chocolate de barra y una botella de agua.

Podéis ir en paz.