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Al reflexionar sobre la novela, Matate, Amor**, (2012) de la escritora Ariana Harwicz, advierto una imagen: al lanzar una piedra al agua vemos sorprendidos el efecto de las ondas que se van expandiendo en círculos concéntricos. Las ondulaciones que no son materia sino pura energía expansiva nos sorprenden. En esta novela, hay un narrador focalizado externo cuya característica consiste en que posee un saber total o parcial de los hechos. Es un observador y la información que conocemos la recibimos solo desde su punto de vista. Todo lo que sucede en el exterior y el accionar de los personajes está intercalado en el soliloquio de la protagonista y sus roles: la madre, la mujer excéntrica, la desviada y la esposa. Las relaciones comunicativas que se entablan con el esposo, la suegra, el suegro, ella en el lugar de la nuera, el vecino y los amigos los conocemos desde la voz narrativa única. El soliloquio es rápido, con un ritmo acelerado, sin tregua. Imaginamos a un lector leyendo el relato en un día caluroso: se sentiría tan agobiado que quizás pensaría en abandonar la ficción, pero si persiste en el intento se dará cuenta que se encuentra frente a una novela de una escritora genial. Ariana Harwicz cuenta con una trayectoria y una postura frente al arte, la dramaturgia, el cine, la escritura y la literatura muy definida. Entramos en el relato con una escena inquietante, el sol forma en la mano de la mujer un cuchillo y ella piensa que se va a desangrar con él. La escena nos brinda la pauta de la historia; hay un deseo de matar y de matarse, pero no hay un pasaje al acto. Es un deseo obsesivo que invade la cotidianidad de la relatora que se piensa como: «Un caso clínico».

«Me recliné sobre la hierba entre árboles caídos y el sol que calienta la palma de mi mano me dio la impresión de llevar un cuchillo con el que iba a desangrarme de un corte ágil en la yugular (…) ¿Y yo? Una mujer normal de una familia normal, pero una excéntrica, desviada madre de un hijo y con otro quien sabe a esta altura en camino».

En alguna de las entrevistas a las que se puede acceder en línea, la novelista comenta que la ambientación es para ella más significativa que los temas o problemáticas que desarrolla. En el texto, encontramos alusiones al cine (David Lynch) a la literatura (Virginia Woolf) y al arte. «Detrás en el decorado de una casa entre decadente y familiar».

La presencia de la naturaleza en el fluir de conciencia de la protagonista es constante, estamos en el campo y escuchamos el canto de las aves, nos espantamos con los rugidos de los animales feroces, los mosquitos que pican, no se le escapa nada ni siquiera el cielo estrellado tan amado por el esposo.
«Imagino a los animales en una orgía, un ciervo, una rata y un jabalí. Me rio inmediatamente me da miedo esa mezcolanza de bicharracos. Esas patas, alas, colas y escamas enganchadas en una carrera de placer. ¿Cómo eyaculará un jabalí?».

La postura de la escritora en su concepción sobre el arte es puntual, afirma:

«Definitivamente el arte, no me refiero a las series ni al entretenimiento, debería ser lo contrario; el arte debería ir contra la corrección política. Rimbaud decía ser amoral, profunda-mente amoral. Si el arte no rompe todo es un discurso más».

«Y entonces vi el aire saturado de una tensión sexual invisible. Rembrandt. Las bellotas caían y caían y caían tan lentamente, tan pesadamente, entre la copa del árbol y la tierra, que parece que dormían en el aire. Que lo cortaban con rayos dorados. Caravaggio».

Harwicz considera que el arte debe situarse en el lugar de la no moral, del exceso. La vida en términos generales se caracteriza por la violencia, pero en el siglo XXI hay intentos del mercado de controlar el arte. Hacer arte no violento es simplemente seguir las reglas del mercado y de sus criterios éticos y estéticos. «En el arte sí hay riesgos o no es arte».

«Todas las épocas han tenido sus tiranos, sus totalitarismos”, dice. “En la época victoriana, en el estalinismo, en las dictaduras siempre hubo intentos del poder de acallar y de censurar. Ahora acabamos de empezar el siglo XXI y tengo la sensación de que es la peor época, cuando el capitalismo llegó a su máximo esplendor y el arte se convirtió en un mercado más».

En relación con la escritura, Harwicz afirma que se trata de ir a las zonas oscuras de la existencia, hacia lo que no se ve y no se dice. Escribir es justamente ir a buscar en el subsuelo, lo enterrado y lo que no se ve. La escritura es ese impulso de ir más allá de lo que no se dice, lo que está reprimido. Su escritura apunta a los bordes a los márgenes a la periferia que son muy propios del teatro y de la dramaturgia. Se interesa por las cornisas, lo resbaladizo entre lo normal y lo anormal, lo legal y lo ilegal. Considera que el escritor debe: «transgredir en la escritura para vivir esa otra vida que no es la nuestra».

«Toda la intención para mí en la escritura es ir a explorar zonas de la violencia y la ilegalidad, no quedarme en una zona de confort de lo que socialmente se acepta. Se acepta socialmente el feminismo, entonces porque me voy a quedar escribiendo en lo que ya hay consenso, escribo sobre lo que no hay consenso. El escritor debe luchar contra el pudor contra la autocensura eso es otra lucha.»

Harwicz considera que le ha tocado vivir una experiencia fundamental que influye en su escritura: vivir en Francia y no en la ciudad sino en el campo rodeada de hablantes nativos le ha permitido habitar la lengua desde su extranjería y eso lo compara con la importancia de la traducción que es siempre transgresión, en el sentido de ir más allá de los límites que marca una lengua.

Su política de autor apunta a que la escritura es independiente del lugar de nacimiento. Sin rechazar ser parte del movimiento de escritoras latinoamericanas que se inscriben en el término de lo inusual, de lo sorprendente, para desde ahí hacer crítica social, prefiere ser reconocida en lo individual. No obstante, Ariana Harwicz, junto con otras escritoras latinoamericanas: Gabriela Cabezón Cámara, Claudia Ulloa Donoso, Mariana Enríquez, entre mucha otras, están narrando las problemáticas familiares y sociales desde una óptica renovada.

«Mi escritura no tiene que ver esencialmente con ser argentina o con ninguno de los clichés que se presuponen. Mi política de autor es luchar contra eso».
El director, Martin Scorsese, compró los derechos de las tres primeras novelas de Ariana. La primera de las adaptaciones llevará el título de Die, My Love, llega al cine dirigida por Lynne Ramsay y protagonizada por Jennifer Lawrence. Aún no está en alguna plataforma en nuestro país, esperemos que llegue pronto.

La adaptación teatral de la novela de Ariana Harwicz, se produce junto con otra creadora franco-argentina, Marilú Marini y protagonizada por Érica Rivas. La obra se enfoca en la búsqueda de una mujer por definirse y encontrar su diferencia en un espacio disciplinado y estructurado por las reglas sociales. La obra ha logrado cupo lleno y una buena recepción.

La novela Matate, Amor, junto con La débil mental, (2014) y Precoz (2015) forman parte de la titulada Trilogía de la pasión. Degenerado, (Anagrama, 2019) es su cuarta novela. La editorial francesa Seuil ha publicado la traducción de Matate, amor, al francés.

* Zakie Smeke, Doctora en filosofía política, maestra en periodismo y psicoanalista
https://twitter.com/z_smeke?lang=es

**Ariana Harwicz, Matate, Amor, Dharma Books, México, 2019