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Irene Vallejo Moreu es la autora de El infinito en un junco. La escritora es doctora en Filología Clásica por las universidades de Zaragoza y Florencia. En el libro predomina su interés y la pasión por la lectura de los textos clásicos que en su escritura mezcla con temas y autores de la modernidad; es un éxito editorial y cuenta con una recepción internacional importante: se ha traducido a 35 idiomas y con 150,000 ejemplares vendidos. ¿Por qué leerlo? El libro obtuvo el Premio Nacional de Literatura en la modalidad de Ensayo 2020 que otorga el Ministerio de Cultura de España y el Premio Aragón, 2021.

Irene aporta una gran variedad de referencias, en su libro habitan autores e historias clásicas y modernas, poetas, filósofos, historiadores y literatos. La escritora retoma los aspectos relevantes y creativos de la humanidad en relación a la invención del libro antiguo anterior al descubrimiento de la imprenta. La invención del papiro como antecedente del papel y los efectos de la invención del alfabeto griego son hechos fundamentales en la evolución del libro desde la mítica Alejandría hasta el momento de su destrucción y, desde la fundación de Roma hasta la caída del imperio. Mencionaré algunos aspectos que me han interesado dentro del infinito de información que se encuentra en el libro.

«Egipto exportaba el material de escritura más utilizado en la época. El junco de papiro hunde sus raíces en el Nilo. En el tercer milenio a. C. los egipcios descubrieron que con aquellos juncos podían fabricar hojas para la escritura y lo exportaron a los pueblos próximos de la época». El papiro fue el soporte de los manuscritos de la antigüedad y precedente del papel. Este descubrimiento marcó un giro en los soportes escritura. Antes se escribió «sobre piedra, barro, madera o metal hasta que el lenguaje encontró al fin su lugar en la materia viva». Quizá de ahí la importancia del título de este ensayo El infinito en un junco. El infinito fue archivado, catalogado y organizado por los hombres finitos defensores del lenguaje y deseosos de comprender al otro para que las generaciones futuras encuentren testimonios escritos del pasado.

La autora nos lleva a preguntarnos, percatarnos e imaginar sobre la cantidad de eventos tuvieron que tener lugar para que hoy disfrutemos de la lectura en un libro ligero, transportable y paginado que facilite al lector su experiencia lectora. «En Grecia, el libro adquirió su verdadera dimensión, debido al uso de la escritura alfabética, a la instauración de la democracia y a la extensión de la enseñanza. El principal soporte de escritura fue el rollo de papiro (introducido en el siglo VII a. C.), ya en la época helenística apareció el pergamino de piel de oveja y cabra. El libro en Roma fue una prolongación del griego, pero Roma aportó grandes novedades: su propia lengua, el latín; un alfabeto propio; la letra evolucionó desde la mayúscula hasta la minúscula cursiva; y apareció, posteriormente la letra uncial y la escritura taquigráfica».

Vallejo utiliza el género del ensayo literario para narrar las peripecias del libro en un espacio y tiempo determinados y delimitados. Ella emplea un abanico de voces narrativas: primera, segunda, omnisciente, cuentista, con lo que logra crear empatía con el lector. Al conectar autores tan lejanos en el tiempo como, por ejemplo, Alejandro Magno y Walter Benjamín y relacionarlos con la figura del coleccionista aludiendo al ensayo del segundo, Desembalo mi biblioteca y compararlo con el sueño expansivo del primero de reunir todo el saber, lenguajes y conocimientos de la época en la Biblioteca de Alejandría.

De esta manera, cada uno de los apartados que componen el libro: el prólogo y el epílogo que preceden y finalizan y los dos ensayos: “Grecia imagina el futuro” con 87 capítulos divididos en 25 secciones y “Los caminos de Roma” con 48 capítulos divididos 19 secciones están arropados con citas, historias, poetas y poesía. Encontramos una escritura con estructura circular que se repite del prólogo al epílogo y en los dos grandes ensayos citados entre su inicio y final y que dan forma el libro de 460 páginas.

Del prólogo al epílogo pasamos de los: «misteriosos grupos de hombres a caballo los jinetes que recorren los caminos de Grecia para encontrar libros a las mujeres valientes, anónimas, bibliotecarias ambulantes que a caballo o en mulas cruzan los montes Apalaches para entregar libros a las poblaciones de Kentucky en los Estados Unidos con el programa de la World Progress Administration (WPA) que tenía el propósito de combatir el desempleo con cultura entre 1936 a 1943 año en que «la guerra sustituyó a la cultura como antídoto al desempleo».

El apartado de “Grecia imagina el futuro” da inicio con el mito de Alejandría, la mágica ciudad fundada por Alejandro Magno y que fue el escenario amoroso de la relación entre Cleopatra y Marco Antonio, pero también acogió la voz del poeta Cavafis y años después el escenario de la novela de Lawrence Durell El cuarteto de Alejandría.

Destaca la referencia a Homero. La Ilíada y La Odisea nacieron en un mundo de «aladas palabras» obras clásicas que marcaron el paso de la oralidad al libro escrito con la aparición del alfabeto griego.

Este apartado finaliza con tres hipótesis sobre la destrucción de la Biblioteca de Alejandría. Una de ella refiere que Cleopatra, la última de los Ptolomeo, intentó salvar a la ciudad de su destrucción, pero las alianzas que logró solo retrasaron la convulsión y la turbulencia que se apodero de la ciudad.

El museo y la Biblioteca se convirtieron en centros de batallas religiosas. Desde ese momento la inquina en contra de los libros y la destrucción de bibliotecas se arraiga en la historia de la cultura. Irene cita el trabajo periodístico de Arturo Pérez Reverte sobre la destrucción de la biblioteca de Sarajevo y señala los efectos de estas épocas de barbarie. «Destruir un libro es literalmente asesinar el alma del hombre».

“Los caminos de Roma”, inicia con la leyenda de Rómulo y Remo; narra la violencia entre los hermanos y la historia de la fundación de la ciudad. En los albores se encontraba el fantasma de la esclavitud. Los esclavos eran propiedad de sus amos sin personalidad legal. No obstante, los esclavos griegos ilustrados y las profesiones estaban a su cargo. «La historia de los libros en Roma los tiene como protagonistas a los esclavos participaban en todas las facetas de la producción».

En este apartado, Irene nos relata el significado del libro para los romanos, para ello los libros eran hijos de los árboles, «en latín liber significa libro y originariamente daba nombre a la corteza del árbol. Plinio el viejo afirmaba que los romanos escribían sobre las cortezas de los árboles antes de conocer los rollos egipcios y así los liber evocaba los misterios del bosque».

De nuevo en este apartado la autora inicia con un tiempo de bonanza cultural donde los libros eran un objeto de intercambio, fomentaban las relaciones, daban prestigio. La edición mejoro sus prácticas y fue avanzando hasta la llegada de los primeros libros de bolsillo: los códices pugilares. El códice se convirtió en compañero de ruta y se utilizaron para las leyes y la medicina.

El invento del alfabeto es central en la historia de la escritura y del libro, la escritura cambio de manos. De los antiguos escribas que registraban la contabilidad del palacio en tablillas de barro se paso a los alfareros y canteros que narran las costumbres: banquetes, danza, bebida, placeres en sus vasija, por ejemplo, la famosa Copa de Néstor. Irene afirma que en ese momento «surgió la literatura».

Ciertamente, El infinito en un junco es una obra con un enorme trabajo de investigación que nos aporta una visión panorámica de temas de interés general, por ello cuenta con una amplia recepción. Para algunos lectores este libro será recurrente y lo utilizaran como un libro de consulta, para otros, de seguro tendrá un sentido diferente, múltiple y variado.

Si el acto de leer, en términos generales, implica viajar con la imaginación, soñar, descifrar los enigmas, tomar distancia del texto reflexionar sobre el discurso y el mensaje en lo particular como señala Ricardo Piglia «un lector es en definitiva la pregunta de la literatura y es su condición de existencia».

Si pensamos que en la Biblioteca de Alejandría se leía en rollos de papiro, que no había salas de lectura y se leía en las escaleras, en espacios abiertos que los rollos, códices, tablillas estaban expuestos al clima y la humedad que aumentaban su fragilidad. Hoy somos muy afortunados porque el acceso a la lectura, a la información y al aprendizaje, siempre y cuando estemos motivados y cultivemos una actitud autodidacta, están al alcancé de la mano.

Dediquemos un momento para recordar el afecto que hemos sentido desde nuestra infancia por las bibliotecas a las que hemos asistido y el significado que los libros han tenido en nuestras vidas. ¿Cómo era el espacio de lectura, alguna vez nos quedamos a leer y de pronto perdimos la cuenta del tiempo, tomamos libros en préstamo? ¿Alguna vez nos preguntamos cómo se leía en la antigüedad antes de la creación de la imprenta? ¿Alguna otra vez pensamos que la forma de nuestra escritura actual proviene del gran invento del de un inventor desconocido?

En resumen, de bibliotecas, archivos, catálogos, libros, ideas, palabras aladas y escritas, de los cambios en los soportes de la escritura, del esfuerzo colectivo de mujeres y hombres por salvaguardar el patrimonio cultural de la humanidad. Del antes y después de la invención del alfabeto griego de autor desconocido. De las luchas contra el olvido y la fugacidad de la memoria. De la historia y de los sueños de Alejandro Magno, de mítica Alejandría que con su Museo, Faro y Biblioteca era el centro de atracción de la época. De los soportes de la escritura: tablillas de arcilla, de madera, de marfil, de piedra, pergaminos, de los rollos de papiro que «albergaban en su interior largos textos manuscritos trazados con cálamo y tinta.» Estos soportes de la escritura y de la lectura eran frágiles, únicos, la historia de la invención del libro es la historia de una lucha colectiva por mejorar sus aspectos prácticos y estéticos. Cada paso hasta que llegamos a tener en nuestras manos el libro: tr
ansportable, paginado y ligero que hoy conocemos, representó grandes avances y la creación de nuevas profesiones.

A pesar de que en las guerras y la barbarie y de los momentos en que se destruyeron bibliotecas, de la quema de libros en tiempos de terror, de la censura de obras y de autores tan fascinantes como Ovidio y su Arte de Amar por el que fue castigado con el exilio por el emperador en turno, nos identificamos desde hace dos mil años con ese «objeto asombroso que según Borges es una extensión de la memoria».

El libro nos ha acompañado en momentos difíciles y en otros alegres y felices. Son lo libros los que dieron pie a la especialización de la edición, a las figuras de los editores, escribas, copistas, traductores. Y, por supuesto, son los libros creadores de los lectores y de la experiencia lectora.

El infinito es imposible de abarcar para nosotros mortales finitos, de tal manera que nos viene bien la intención del libro y de su autora. Las múltiples conexiones entre épocas y autores, temas y textos que Irene aporta enriquecen la lectura del libro.

Irene utiliza una cita de Elias Canetti que me parece fundamental para justificar la relación entre el pasado y el presente que es una constante en su ensayo: «Si cada época perdiese el contacto con las anteriores, si cada siglo cortase el cordón umbilical, solo podríamos construir una fábula sin porvenir. Sería la asfixia».

De la pasión por la lectura y del homenaje a este maravilloso objeto trata el ensayo: El infinito en un junco de Irene Vallejo.

*Irene Vallejo, El infinito en un junco, La invención de los libros en el mundo antiguo, Debolsillo, Penguin Random House, 2021.

La autora: Irene Vallejo es escritora y filóloga española, especializada en antigüedad clásica. Es famosa por su colaboración en el periódico Heraldo de Aragón y su novela El silbido del arquero. En 2011 debutó como novelista con La luz sepultada. Doctora en Filología Clásica por las universidades de Zaragoza y Florencia, su labor se centra en la investigación y divulgación de los autores clásicos; así, por ejemplo, colabora con los periódicos Heraldo de Aragón y El País, donde mezcla temas de actualidad con enseñanzas del antiguo mundo. Fruto de ese trabajo ha publicado dos libros recopilatorios de sus columnas semanales, El pasado que te espera y Alguien habló de nosotros. El 23 de abril de 2021, día de Aragón, recibe la máxima distinción institucional otorgada por el Gobierno de Aragón: el premio Aragón 2021.

**Zakie Smeke, Doctora en filosofía política, maestra en periodismo y psicoanalista
https://twitter.com/z_smeke?lang=es