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Por años hizo de la propaganda su principal herramienta para manipular a la opinión pública y controlar la información que le permitió mantener un yugo sobre la población, en especial en aquellos sectores urgidos de un líder mesiánico, un “semidiós” que llegaría al poder para resolver de facto todos los problemas de precariedad que enfrentaba una sociedad maltrecha.

Sin duda un gran orador que supo promover una sola idea y logró arraigar entre la población el concepto de su propia doctrina; responsable de la censura de la información y de la creación de una imagen negativa de los grupos considerados como “enemigos del estado” que ponían en riesgo la transformación que su modelo de gobierno construyó y que defendió sus postulados por encima de cualquier otro concepto.

Así, con su retórica difundida en múltiples foros y ante diversos públicos utilizó todos los canales del estado disponibles e hizo de una única idea un símbolo para implantar entre la colectividad la premisa de que “quienes no están con ellos, están contra ellos” para conseguir individualizar al adversario en un único enemigo.

Ferviente promotor del llamado “método de contagio”, reunió a sus diversos antípodas en una sola categoría, sobre quienes cargó los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque: “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”. Bajo el principio de la exageración y desfiguración, desde la cima del poder convirtió cualquier anécdota, por pequeña que fuera, en una amenaza grave.

Convencido de que toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida, convenció a las masas (sobre todo a las que consideraba como más débiles, limitadas y de comprensión escasa) en fieles seguidores, sobre todo porque apostó que era quienes tenían una gran facilidad de olvido.
Como experto en propaganda política se concretó a limitar un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto, el suyo. Al fin y al cabo, “si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”.

Emitió constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que cuando el adversario responde, el público está ya interesado en otra cosa. Por tanto, las respuestas de sus contricantes difícilmente pueden contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.

Acalló diversas cuestiones sobre las que no tuvo argumentos y disimuló las noticias que le perjudicaban y se las facturó a sus adversarios, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.

Es el “enano cojo y diabólico” que durante años desarrolló un enorme complejo de inferioridad debido a sus constantes fracasos, a la dependencia de la caridad de otros, a la humillación a la que fue sometido, a su odio por las clases sociales “acomodadas” y que cuando llegó al poder hizo de sus ánimos de venganza su principal arma.

Una vez en el gobierno y con las manos libres para pretender monopolizar el aparato mediático estatal, intentó censurar todas las publicaciones y medios de comunicación fuera de su control para orquestar un sistema de consignas que fue transmitido mediante un poder centralizado en los canales de comunicación oficialistas.

Autodefinido como hombre de izquierda, al asegurar conducirse bajo los principios del socialismo, el enano místico, resentido, con un gran complejo de inferioridad, vivió frustrado por décadas, llevádole a odiar a casi todo el que se le ponía por delante.

Amigos lectores: No, no se froten los ojos. En este artículo nos referimos a Joseph Goebbels, el mismo que fue definido por su compañero de gabinete, Hermann Göring, como un “enano místico, resentido, cojo, con un gran complejo de inferioridad que poco le faltaba para convertirse en diabólico” y que lo logró.

Marco Tulio Cicerón, considerado uno de los más grandes retóricos y estilistas de la prosa en latín de la República romana escribió en el siglo I antes de Cristo: “Historia magistra vitae est. Historia vero testis temporum, lux veritatis, vita memoriae, magistra vital, nuntia vetustatis” (la Historia es maestra de la vida. La Historia es genuina testigo del tiempo, luz de la verdad, memoria de la vida, maestra de la vida y mensajera de la antigüedad).

Hoy pareciera que está volviendo a pasar delante de nuestras propias narices y lo estamos consintiendo, porque hemos olvidado la historia más reciente. Es terrorífico observar lo vigente que siguen hoy en día esos principios de la propaganda nazi.