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En una época en la que los problemas nacionales exigen soluciones urgentes, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha encontrado su refugio en una herramienta poderosa: la propaganda. Ante la falta de resultados, especialmente en materia de seguridad, el mandatario ha optado por inundar el país con mensajes vacíos y promesas incumplidas, en lugar de abordar de manera efectiva los desafíos que enfrenta México.

Desde el inicio de su mandato, López Obrador ha dejado claro que la propaganda es su arma preferida. No hay conferencia de prensa en la que no se dedique a elogiar sus propias políticas, dar “otros datos· y a menospreciar a aquellos que osan cuestionarlo. Sus discursos, llenos de retórica populista y simplificaciones excesivas, buscan generar una imagen de éxito y eficiencia que dista mucho de la realidad.

Pero la realidad es que la violencia en el país sigue en aumento. Los índices de homicidios, secuestros y extorsiones siguen siendo alarmantes, y la sensación de inseguridad se ha apoderado de la sociedad mexicana. Sin embargo, en lugar de implementar estrategias efectivas y tomar medidas contundentes, López Obrador se refugia en sus mañaneras, donde predica sobre la paz y el amor, pero no presenta planes claros ni acciones concretas.

La propaganda se ha convertido en el salvavidas del presidente, una forma de distraer a la población de los verdaderos problemas que aquejan al país. Mientras tanto, la realidad se vuelve cada vez más sombría. Las familias mexicanas siguen sufriendo la pérdida de seres queridos a manos del crimen organizado, mientras el presidente parece más interesado en hablar de sus supuestos logros, en culpar a sus antecesores y en repetir frases gastadas que en enfrentar la cruda realidad que vivimos.

La estrategia de propaganda también se ha extendido a otros aspectos del gobierno. El presidente ha utilizado su conferencia matutina para descalificar a la prensa crítica y tacharla de “fifí” o “conservadora”. En lugar de responder a preguntas incómodas, recurre a ataques personales y evasivas. Es más fácil desacreditar a aquellos que señalan los errores y las deficiencias de su gobierno que asumir la responsabilidad y buscar soluciones reales.

Pero el problema va más allá de las mañaneras y las descalificaciones. La propaganda se ha infiltrado en las políticas públicas del gobierno de López Obrador. Programas como “Jóvenes Construyendo el Futuro” y “Sembrando Vida” son presentados como grandes éxitos, pero la realidad es que no han logrado generar los resultados prometidos. Mientras tanto, otros sectores fundamentales como los programas sociales, la salud y la educación enfrentan recortes presupuestarios y carencias que afectan a millones de mexicanos.

El presidente parece más preocupado por mantener una imagen de mesías redentor que por resolver los grandes problemas que aquejan a nuestro país. La propaganda se ha convertido en su aliada para mantener a raya a aquellos que se atreven a cuestionarlo y para engañar a una población desesperanzada que anhela soluciones reales.

En lugar de enfrentar los problemas con seriedad y determinación, López Obrador prefiere recurrir a la retórica vacía y a las promesas incumplidas. Parece olvidar que el país necesita resultados tangibles, no discursos vacuos. México merece un líder que asuma la responsabilidad, que busque soluciones reales y que deje de lado la propaganda estéril.

La propaganda puede ser una herramienta poderosa, pero cuando se utiliza como cortina de humo para ocultar la falta de resultados, se convierte en una traición a la confianza del pueblo. México necesita un presidente que esté dispuesto a enfrentar los problemas de frente, a tomar decisiones difíciles y a trabajar incansablemente por el bienestar de todos los mexicanos. La propaganda no puede sustituir la acción y la responsabilidad.